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¿Podrá viajar a Europa la subdirectora de la CIA sin exponerse a ser detenida?

Al presidente Donald Trump no parecen importarle demasiado los derechos humanos ni que se torture para arrancar confesiones a supuestos terroristas, al menos cuando los torturados no sean de la raza blanca, a la que él pertenece.

De ahí que no pueda sorprender a nadie que nombrase subdirectora de la CIA a una individua como Gina Haspel, acusada por las organizaciones de derechos humanos de haber asistido a las torturas practicadas por sus agentes en Tailandia.

El Centro Europeo de Derechos Humanos y Constitucionales (ECCHR), con sede en Berlín, no comparte lógicamente tal tolerancia con los torturadores y ha entregado al fiscal general alemán un dossier con informaciones que apuntalan su demanda de que Haspel responda ante la justicia.

Se trata de presionar a la fiscalía federal alemana, que, dicho sea de paso, ha rechazado hasta ahora todos los intentos de perseguir, en aplicación de la justicia universal, a los responsables estadounidenses, entre ellos el ex jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld.

Como alta responsable de la CIA, Haspel tendrá que viajar a otros países, y, como señaló al semanario Die Zeit el secretario general del ECCHR, en vista de los testigos y testimonios aportados, el fiscal general deberá iniciar una investigación por su hubiera delito y ordenar eventualmente su detención si pisa suelo alemán.

Haspel, de 45 años y de la que no se ha publicado ninguna foto oficial hasta ahora, fue durante varias décadas responsable de las operaciones secretas de la CIA y estuvo al frente de sus oficinas en Londres y Nueva York antes de recibir el encargo de dirigir todas sus actividades clandestinas en otros países.

Uno de los torturados por la CIA bajo su supervisión es Sain al-Bidin Muhammed Hussein, más conocido como Abu Subaida, al que detuvieron agentes secretos paquistaníes y norteamericanos en marzo de 2002 en Faisalabad, localidad del norte de Pakistán.

Trasladado a una prisión secreta de Tailandia, Abu Subaida, a quien se acusaba de ser un jefe militar de Al Qaida en Oriente Medio y haber montado allí una red terrorista, fue sometido a múltiples torturas, desde la privación continuada de sueño hasta el ahogamiento simulado en 83 ocasiones y su aislamiento durante 47 días en una celda de castigo.

Sus torturadores no lograron, sin embargo, arrancarle ninguna confesión que fuera de la mínima ayuda, y tras varios meses, él y otro preso fueron trasladados a otra prisión secreta en un bosque de Polonia y finalmente a Guantánamo.

Varios años después de su captura, Abu Subaida, que perdió su ojo izquierdo por culpa de los malos tratos, el Gobierno estadounidense llegó a la conclusión de que se había equivocado con él.

El ministerio de Justicia de ese país reconoció en un acta judicial presentada ante el tribunal de distrito de Washington que Abu Subaida no había pertenecido a Al Qaida ni había tenido ningún "papel directo en la planificación de los atentados del 11 de septiembre de 2011".

La hoy subdirectora de la CIA por la gracia Trump fue acusada de destrucción ilegal de pruebas - varios vídeos de torturas- durante su etapa de directora del Centro de Antiterrorista en la central de la CIA, en Langsley, pero no fue condenada. Como no lo fue ninguno de los agentes que participaron en el programa de secuestros y torturas.

Desde 2002 el código penal alemán reconoce la posibilidad de que los fiscales del Estado persigan los delitos contra el derecho internacional con independencia de dónde se hayan cometido y aunque tanto autores como víctimas sean extranjeros.

Los defensores europeos de los derechos humanos tratan de conseguir que la subdirectora de la CIA sea objeto de una orden de detención, que se llevaría a cabo, de prosperar, en el caso de que pisara este continente.

Y aunque eso no se produjese, confían al menos, con razón o no, en el efecto disuasivo que pudiera tener tal medida sobre otros agentes.

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