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Ojalá hubieran llamado «histérica» a Irene Montero

Es una pena que Rafael Hernando no le preguntase a Irene Montero si estaba histérica por culpa de la regla durante el debate de la moción de censura. Así, al menos, habría dirigido su exabrupto directamente a ella, en lugar de utilizarla como un instrumento para atacar a Pablo Iglesias. Pero claro, eso implicaría considerarla una interlocutora legítima, una igual a la que dedicar sus insultos. En cambio, el portavoz del PP prefirió conversar directamente con el líder de Podemos, un diálogo de hombre a hombre, de testosterona a testosterona.

«Hay quien dice que estuvo mejor la señora Montero que usted (refiriéndose a Iglesias), pero no diré yo esto porque si no, no sé qué voy a provocar en esa relación», comentaba Hernando, convirtiendo así la intervención de ella en una mera excusa para darle un puñetazo dialéctico a él. Tampoco es que innovara mucho: atacar al enemigo a través de las mujeres de su entorno es un clásico. De hecho, aunque se trata de acciones que obviamente no son equiparables (repito: no son equiparables), es el mismo mecanismo que se emplea en las violaciones de guerra. El cuerpo femenino como arma arrojadiza, como zona de batalla entre grupos rivales. Por supuesto, el portavoz del PP se ha apresurado a decir que él no es machista. Ya sabéis, aquí nadie es machista. Ni con cebolla ni sin cebolla, igualdad.

Por su doble condición de mujer y joven, Montero reúne el combo perfecto para ser condenada a la categoría de jarrón irrelevante. No solamente se le niega la autoridad, sino que se someten sus méritos a un escrutinio constante. «A saber qué habrá hecho para llegar tan alto». La chica, la novia, la nena.

No solo ocurre en la política. Por desgracia, abundan los casos en los que si una mujer logra un ascenso en la empresa, se multiplican los comentarios maliciosos sobre rodilleras y favores sexuales. Ellos pueden permitirse ser mediocres, ellas deben demostrar que son excepcionales para que no se insinúe que han triunfado gracias a sus encantos. A ellos se les presupone la capacidad, ellas deben probar que no son unas inútiles enchufadas.

De igual modo, esa sospecha no es patrimonio únicamente de los varones. Tranquilos, nosotras también reproducimos muchas veces el mismo discurso. Es normal, hemos crecido todos en un contexto que menosprecia lo femenino por el mero hecho de serlo. No es casualidad que las niñas minusvaloren sus capacidades desde los seis años (no lo digo yo, lo dice un estudio de la revista Science). Tampoco es casualidad que el síndrome del impostor sea padecido mayoritariamente por féminas en puestos de responsabilidad.

A todo esto, algunos han comparado las palabras de Hernando con otras declaraciones machistas de Iglesias. Como si el machismo de uno neutralizara el del otro. Y resulta que no es así. En realidad, no hay nada más parecido a un machista de derechas que un machista de izquierdas. Pero de nuevo, en esa contraposición de machos se vuelve a dejar a Montero en la sombra, sentenciada a ejercer de personaje secundario. Está claro: no vale ni para ser protagonista de su propia polémica.

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