Tenía razón Pablo Iglesias cuando decía que una moción de censura no solo es cuestión de números parlamentarios. No obstante, si se plantea una iniciativa tan importante como esta sin contar con los votos necesarios para que salga adelante, al menos, conviene hacerlo bien. Y hacerlo bien, quiere decir con el mayor consenso posible.

En política, como en todo, además del fondo importan las formas. La acción unilateral de Podemos y la actitud con la que ha llevado adelante esta moción de censura, no han facilitado un escenario de diálogo con el que ampliar las opciones estratégicas de la misma. Frente a un PP que ha terminado fortalecido tras el debate. Con otras formas, posiblemente, se habría evitado el cruce de críticas y acusaciones que se produjeron inicialmente entre los partidos de la izquierda.

Cada uno está en su derecho de cuestionar la oportunidad de una moción de censura en este momento por las razones que crea convenientes. El hecho de no apoyar la iniciativa de Podemos, no quiere decir que se esté de acuerdo con el gobierno de Mariano Rajoy. En absoluto.

Una moción de censura, y aunque no se trate de ganarla, en el contexto actual interesa que sea un elemento capaz de sumar al máximo de fuerzas políticas. Lo contrario hace que la propuesta pierda relevancia. Lo que a su vez, puede tener el efecto contrario de beneficiar a quien se pretende reprobar.

La actitud con la que Podemos ha llevado a cabo todo este proceso, desde el principio y hasta el final, no ha facilitado que se generen las complicidades necesarias para que la propia moción tuviera una mayor credibilidad ante la sociedad. Las controversias al inicio entre los partidos de izquierdas y la incapacidad de sumar fuerzas por parte de quien ha impulsado una propuesta de tanta envergadura, ponen en cuestión el fin último con el que se ha presentado esta moción sin censura.