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Socialistas valencianos en el Congreso

La cita es de Benito Sanz, el minucioso historiador del socialismo valenciano y la transición: «Las bases y la mayoría del PSPV estaban muy radicalizadas, lo que según uno de los cuadros del partido ´no dejaba de ser una carga de inseguridad y debilidad de la organización». Esto ocurría antes de la fusión de los socialistas nacionalistas con el PSOE, pero viene a cuento pues el nuevo socialismo que se abre paso tras la victoria de Pedro Sánchez se fundamenta en la emergencia de las bases frente a las direcciones, como sucedió en aquel entonces.

Es en ese contexto que se va a producir la batalla congresual del próximo mes entre los socialistas valencianos, una cita que tiene algo de déjà-vu, de vuelta atrás en el tiempo, antes del famoso congreso de Benicàssim en los 80, cuando Joan Lerma revalidó su liderazgo pragmático sobre el partido, dando por finiquitada la vía nacionalista y poniendo en práctica una cultura política de pactos e integración entre las diversas familias y corrientes del partido, hegemónico entre el electorado valenciano desde 1983 a 1991.

Esa cultura lermista, tan útil como criticada por su fuerte componente clientelar y endogámico, ha consistido hasta la fecha en confrontar poderes para, finalmente, alcanzar pactos a altas horas de la madrugada. Las diversas familias y territorios se integraban consiguiendo cuotas en las ejecutivas y, con posterioridad, en las listas. La sangre nunca llegaba al río y tan era así que durante años los grupos más minoritarios han obtenido su pequeña parte del pastel político para sobrevivir: Izquierda Socialista sin ir más lejos, el propio José Luis Ábalos también, habilidoso para reagrupar cuadros desubicados con los que negociar su reposición en listas y empleos públicos.

Pero ahora se anuncia una confrontación diferente. Al parecer, e incluso frente a la opinión de los propios sanchistas valencianos, el renovado secretario general federal ha pedido la cabeza orgánica de Ximo Puig. Todo apunta a una vendetta política de Sánchez a quien fue el principal y antinatural bastión de Susana Díaz al norte de Despeñaperros. Un clásico militante del PSPV-PSOE, Juan Augusto Estellés, así lo ha explicado en estas mismas páginas. Es decir, dado que Sánchez tiene difícil moverle la silla a la lideresa andaluza lo hace con Puig para que sirva de escarnio. La clásica atomización valenciana, tierra de intereses individualistas, hace el resto.

El argumento del sanchismo para enfrentarse al actual presidente de la Generalitat no puede ser más huero: Puig no tiene tiempo para dirigir a la vez el partido y la autonomía, por lo que el PSPV-PSOE debería asumir el modelo de organización del PNV, donde el lehendakari nunca preside el Buru Batzar. Todo ello cuando las encuestas favorecían a Puig gracias a su afectiva política del abrazo con Mónica Oltra y a la falta de visibilidad tanto de Ciudadanos como de Podemos en el escenario político valenciano. Ximo Puig, con más de 40.000 millones de euros de deuda -impagable- en la Generalitat y con pocas posibilidades de mejorar la financiación per cápita de los valencianos frente a Cristóbal Montoro, ha optado por dotar de un carisma amable a su presidencia con excelentes resultados entre los electores y los principales círculos de influencia económica y social.

Entretanto, las primeras acciones en el poder del sanchismo no pueden ser más decepcionantes y desnortadas a pesar de que Ábalos le salvó los muebles en el debate de la moción de censura. Mientras Pedro Sánchez se aclara con el concepto de «plurinación» una dirigente del PSC, Núria Parlón, resitúa críticamente el supuesto apoyo socialista al Gobierno de Rajoy en la cuestión del referéndum catalán, al tiempo que la nueva presidenta del partido, la extra-ecologista Cristina Narbona, lleva al grupo parlamentario a bloquear el acuerdo comercial con Canadá, el país con una de las mayores reservas medioambientales del planeta y con el neokennedyano Justin Trudeau al frente. Narbona quería ir más allá.

El sanchismo, pues, ha pasado del «no es no» categórico a mirar de perfil utilizando la abstención como herramienta política en tiempo de espera. Pero contra Puig ha decidido lanzar las naves en formato alcalde desconocido y sin suficiente fuerza política, siquiera, en la localidad de la que procede, de fuerte raigambre ugetista. Lanzar al ruedo al alcalde de Burjassot, Rafa García García, es una temeridad digna de un dirigente sin talla de estadista ni sentido del pacto. Si gana Puig el congreso, Sánchez quedará en ridículo y desestabilizado; si gana García la turbulencia se traslada a la Generalitat justo a mitad de su legislatura: un presidente deslegitimado por las bases lo mejor que puede hacer es irse a casa.

Puede que Ábalos, tan fino en sus estrategias internas, superviviente va para cuarenta años en la tacticista federación valenciana del socialismo, no le haya explicado a su líder Sánchez las complejas razones de las alianzas cruzadas en el seno del PSPV-PSOE. Manuel Mata y puede también que el resto de Izquierda Socialista, incluyendo a Andrés Perelló, ya ha manifestado su doble militancia: con Sánchez y con Puig? y no serán los únicos. Alcaldes al margen de las batallas internas, los cercanos a Patxi López, los militantes más sensibles al autonomismo valencianista, estarán con Puig, a quien no le queda otra que bajar a la arena y arremangarse. Lo de García, francamente, parece una broma, aunque vislumbra el síntoma sobre la vacuidad política del ultrajado Pedro Sánchez, el chico de mirada tan penetrante como lacrimosa y verbo inflamado de frases cortas y puntos y aparte.

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