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Aniquilar la verdad

Deberíamos andarnos con mayor cuidado cuando afirmamos -con la mejor o la más atemorizada de nuestras convicciones - que la posverdad es la antesala del fascismo

Deberíamos andarnos con mayor cuidado cuando afirmamos -con la mejor o la más atemorizada de nuestras convicciones - que la posverdad es la antesala del fascismo. El fascismo y el nacionalsocialismo son fenómenos políticos, sociales e ideológicos acotados en el tiempo: experimentos sociales fallidos, derrotados, pulverizados en el camino de la Historia. No volverán los saludos romanos ni los desfiles al paso de la oca ni las novelas de Vizcaíno Casas. Pero está razonablemente fundado el temor de un desfallecimiento terminal de las democracias representativas, tal y como expone el historiador Timothy Snyder en su muy recomendable Sobre la tiranía.

Veinte lecciones para aprender del siglo XX. El libro del profesor Snyder es deslumbrante sobre todo a la hora de colocar como primer enemigo de las amenazas a la democracia a la verdad. Pero siempre ha sido así. La única excepción en el desafecto universal - o la abierta enemistad -- hacia la verdad lo constituye, precisamente, el ideal democrático. No este o aquel sistema político representativo, sino la democracia como ideal o concepto límite de la organización social. Porque el ideal democrático se funda tanto en la pluralidad, la crítica y el debate libre como en la necesidad de consensos y reglas admitidas comúnmente que las posibilitan. Sin un conjunto de verdades consensuadas - y un respeto epistemológico básico sobre la verdad y la mentira - un orden democrático es inimaginable. Los derechos y deberes cívicos que integran el ideal democrático reclaman la verdad como aspiración irrenunciable para ser operativos y resultar respetados por todos.

Donald Trump quiere destruir la verdad. En realidad se trata de la modernización tecnológica de un objetivo que siempre estuvo ahí para todas las formas del totalitarismo contemporáneo, y la prostitución y al cabo destrucción de la lengua, su secuestro por el poder, están registradas y analizadas por Karl Kraus, por George Orwell, por Víctor Klemperer. La posverdad comenzó a reptar en los informes militares, en la censura de prensa y en los discursos políticos en las vísperas de la I Guerra Mundial. Snyder muestra, no obstante, una curiosa oquedad en sus argumentos. Expresa claramente los paralelismos de lo que ocurre en Europa en Nortemérica actualmente - el auge de la xenofobia, los nuevos nacionalismos patrioteros, la resurrección del proteccionismo comercial, la quiebra del consenso sobre el Estado de Bienestar y la crisis fiscal - con lo que sufrieron los países más ricos en los años veinte y treinta del pasado. Cuando habla del "poder del dinero" el profesor Snyder parece más un sacerdote escandalizado que un historiador de Yale.

El poder del dinero no es otra cosa que el capitalismo globalizado. Un capitalismo que toleraba, más aún, que necesitaba de las democracias liberales para prosperar ordenada y eficazmente, pero para los cuales cualquier corsé normativo comienza a ser un incordio, y un poder político autónomo y con una agenda programática propia, un peligro a eliminar. El problema no es Trump. El señor Trump se ha contratado a sí mismo como presidente para salvaguardar sus intereses, los de una élite muy reducida de billonarios y los de la expansión del capital financiero internacional sin más límite que la capa de ozono. El problema es la domesticación de un capitalismo que ha sobrevivido a todos sus fracasos y sus éxitos. Por el momento decir verdades es una estrategia de supervivencia elemental y la mejor manera de decirlas socialmente sigue siendo el periodismo.

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