La evapotranspiración es la suma de las pérdidas biológicas y físicas del suelo en vapor de agua. Si enlazamos la definición con una localización geográfica, nos vendrán a la mente territorios áridos. Será señal que no lo hemos meditado con profundidad. Para que haya una pérdida de humedad son necesarias elevadas temperaturas, y de ellas los desiertos, especialmente los tropicales, andan sobrados. Pero es necesario otro factor: la propia humedad. Un territorio no puede perder aquello que apenas posee. De este modo los desiertos alcanzan una elevada evapotranspiración potencial, es decir, tienen una alta capacidad para perder humedad pero una baja evapotranspiración real. Apenas pierden porque no tienen.

Los valores más elevados se dan en zonas donde confluyen altas temperaturas y disponibilidad hídrica, en torno al Ecuador: Amazonia, Congo, Insulindia, Nueva Guinea e islas de la Melanesia. Los promedios caen hacia los trópicos, especialmente, en la diagonal desértica del Hemisferio Norte, por esa ausencia de agua ya reseñada. La mayor evapotranspiración de ciertos sectores con agua como América central, Caribe, Golfo de Méjico o Indochina queda enmascarada por los valores nulos de los grandes desiertos. Hacia latitudes subtropicales, la mayor disponibilidad hídrica permite el aumento de la evapotranspiración, pero moderado, ya que los calores son menos rigurosos. El incremento es superior en el Hemisferio sur, a expensas de cifras superiores al norte del Río de la Plata. Los valores caen hacia el Antártico por la mezcla de aridez y frío de la Patagonia, única tierra emergida más allá de los 45ºS. En el hemisferio boreal, a partir de los 60º el aire frío determina un decidido descenso: con Groenlandia como gran ejemplo.