La extensa red de observación meteorológica que tiene España actualmente tuvo su germen en una iniciativa surgida hace 106 años. El primero de julio de 1911, cuando la meteorología empezaba a despertar en todo el mundo, el Instituto Central Meteorológico (como se llamaba entonces la actual Aemet) decidió enviar miles de circulares por toda España solicitando la colaboración de voluntarios interesados en observar el tiempo, para lo cual se aprobó la creación de una red de pluviómetros, el instrumento básico de una estación meteorológica, con el que se miden la lluvia y la nieve. La respuesta fue masiva, con más de 800 personas que se ofrecieron a prestar ese servicio a la sociedad desinteresadamente. Gente de toda índole, pero destacando, sobre todo, 400 maestros, la mayoría de ellos destinados en la España rural, donde la escuela aún tenía la presencia que lamentablemente ha perdido en el presente en miles de pueblos pequeños. Merced a aquella iniciativa, dos años después, en 1913 se contaba ya con 400 estaciones meteorológicas, de las que la mayoría sólo contaban con un pluviómetro, aunque una parte también fueron dotadas con termómetros. Gracias a ello, además de los datos de la red principal de observatorios que gestiona directamente Aemet en las capitales y principales ciudades, se dispone en la actualidad de series climatológicas de numerosas poblaciones que, en algunos casos, superan el siglo de antigüedad, y en otras el balance es de muchas décadas de valiosa información para el conocimiento de un clima tan complejo como el de España, una de cuyas principales características es la diversidad. De aquellas 400 estaciones de hace más de un siglo se ha pasado en la actualidad a más de 3.300. Maestros, sacerdotes, médicos, farmacéuticos, agricultores y otros voluntarios de ambos sexos y diferentes profesiones han contribuido a gestar el conocimiento de nuestro clima. Puede parecer sencillo, pero una de las claves es que las series climatológicas no sirven de nada si tienen lagunas importantes, por lo que esa colaboración se ejerce a diario con un evidente sacrificio esté como esté el tiempo, es decir, llueva, nieve, truene, hiele o, como hace tan sólo unos días, el termómetro sonría de forma malévola mientras rebasa los 40 ºC.