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Gitanos del ártico

Aún unas palabras sobre Islandia. Cuando tomamos, de nuevo, el avión en Keflavik, rumbo a Alacant, vimos varias familias islandesas al completo con tres, cuatro y cinco hijos, todos albos, y poco equipaje: a las playas de Sant Joan o El Postiguet se puede ir bien ligero. Los padres se mostraban muy cariñosos con sus hijos y los hermanos mayores cuidaban de los pequeños con devoción conmovedora. No sé de donde ha salido el tópico de la frialdad de los escandinavos, pero no se cumple con los islandeses. Su lengua, germánica, tampoco suena hosca o tosca: todo lo contrario, es musical. Hasta sus gatos se dejan acariciar como si te conocieran de toda la vida y que yo sepa ningún partido señala a los inmigrantes, numerosos, como una amenaza.

Estas familias parcheadas con hijos de parejas sucesivas no parecen funcionar, contra las advertencias del Episcopado, peor que las parejas de granito. Al contrario, bajo la presión de la modernidad líquida se produce un fenómeno bien conocido por la biología: la especiación, otros tipos de familia. No me extraña que Islandia haya seducido a escritores originales como Julio Verne, el poeta, homosexual, católico y antifascista W. H. Auden, nuestro Fernando Savater o a John Carlin, periodista capaz de ser a la vez británico, español y argentino. Y no estar loco. Dice Carlin que los islandeses, tan aficionados a errar por tierras y mares incógnitos como sus antepasados vikingos (quienes crearon el fabuloso reino normando de Sicilia y el embrión de Rusia, entre otras cosas), esa gente, acaba volviendo con su tribu. No será por el clima.

El caso es que estos gitanos del Ártico, piratas y marineros (lo que viene a ser lo mismo), capaces de desafiar a Gran Bretaña en aquella guerra del bacalao de los setenta, son así: les gustan las historias de hadas y duendes y los cuentos atroces. Las bellas mamás jóvenes se deterioran con facilidad porque no se cuidan o porque la dieta se parece demasiado a la de Estados Unidos. Están orgullosos de su sistema de protección social tal vez porque, vivas alegre o dolido, opulento o pobre, funciona para todos.

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