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Papel moneda

Picasso pagaba en los restaurantes con cheques porque sus beneficiarios, en vez de cobrarlos, los enmarcaban para colgarlos de la pared como una obra de arte. No sabemos cuántos cheques de aquellos se pudren hoy en los sótanos de los viejos restauradores o de sus descendientes, pero cuando en su día leímos la noticia nos quedamos estupefactos. ¿Por qué? Quizá por envidia, pero también porque intuíamos que la anécdota era el síntoma de una patología que entonces no sabíamos nombrar y ahora tampoco. Ahora nos enteramos de que una fotografía de Amancio Ortega en bañador vale nueve mil euros. Amancio Ortega no es Picasso, ni falta que le hace, pero pienso que si sacara reproducciones, a tamaño cromo, de esa fotografía, podría comer gratis el resto de su vida en los restaurantes de medio mundo a cambio de una de esas estampas.

Hay muchas clases de papel moneda. Una de ellas es esta, la estampa milagrosa. ¿O no es un milagro que valga nueve mil euros? Debe de resultar extraño que la vida te coloque en una posición tan cómoda por un lado y tan incómoda por otro. Que no sepas a quién invitar a tomar una copa en tu yate por miedo a que alguien obtenga furtivamente una imagen que se venderá y revenderá luego hasta la extenuación. Entre los invitados a este tipo de embarcaciones siempre hay un pobre infiltrado que intenta hacer negocio. Y este es el tema: el del pobre infiltrado que fotografió al magnate gallego en bañador mientras éste repasaba en cubierta las cotizaciones bursátiles. Suponemos que a estas horas ya habrá sido identificado por sus servicios de seguridad.

La foto que me interesa a mí es la del intruso por lo que tiene de autónomo, quizá de falso autónomo. La de Ortega en bañador me importa un rábano a menos que me ofrezcan detalles del bañador: por ejemplo, dónde se fabricó la tela, quién diseñó la prenda, qué manos de mujer, hombre o niño unió sus pedazos y a cuántos quilómetros de aquí. Daría algo por saber si el multimillonario abonó la factura en euros o en estampas. Pero de eso nadie habla. Todavía no conocemos la marca del famoso calzón transparente con el que vimos a Rodrigo Rato trepar hacia la cubierta de otro yate. El viejo periodismo está en vías de extinción.

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