La pobre Sierra Calderona ha sufrido su enésimo incendio. Parece que hemos de resignarnos, en un ciclo fatal, a que nuestros bosques estén siempre recomenzando, con el consiguiente peligro de su desertización por arrastre del suelo desprotegido del manto vegetal. Se elevan algunas voces, pocas la verdad, para que no se repita más: tarea imposible si no se actúa.

El bosque mediterráneo termófilo está compuesto por pinos, con un matorral integrado por jaras, albaida, brezo, romero, aliaga, etc. Son plantas que crecen bien en suelos arenosos o descalcificados -caso de la sierra de la Calderona- y que contienen esencias, resinas, terpenos, fenoles, etc. Productos altamente inflamables. Este hecho obedece a dos razones fundamentales: la primera, regenerar el ciclo del carbono. Al no existir humedad suficiente para que los hongos transformen la materia orgánica en CO2, ha de hacerse por el fuego. El segundo motivo: evitar las infecciones por hongos y bacterias. Por ejemplo, las gomas y resinas ayudan a cerrar las heridas de las plantas, pues, al contacto con el aire, la resina solidifica y construye un tapón desinfectante. Los aceites esenciales y fenoles, a su vez, impiden el crecimiento de los hongos y sirven también para atraer a los insectos beneficiosos para la polinización.

Además, abandonado a su suerte con un crecimiento descontrolado de la vegetación. Si a eso se une una extrema sequedad, como la que acontece en estos últimos meses, y se junta con un viento racheado y de poniente, tenemos las condiciones ideales para que estalle con todo su rigor: imposible apagarlo. Es pura estopa.

Da la impresión de que los diversos gobiernos no son conscientes. No me refiero solo al autonómico, sino también a los locales, pues muchos de nuestros montes son comunales. Mi intuición es que, con pocos medios, pero adecuados, la selvicultura puede ser rentable. Propongo que se arbitren fórmulas sencillas que impliquen y motiven a los paisanos, para que puedan cuidar los bosques con el mismo mimo con que antaño lo hicieron sus ancestros. La prevención es nuestra arma. Es imprescindible atajar el peligro: el abandono y la desidia por algo que no es "lucrativo" y que se mira con cierto desdén. La poda y limpieza de los montes es fácil de realizar si se tiene el interés de hacerlo y constituye una fuente de biomasa importante. La cría de ganado caprino y ovino podría ayudar a evitar ese estado lamentable de incuria. Si no tomamos cartas en el asunto, estamos condenados a la fatalidad cíclica de la quema de nuestros montes. El fuego no sabe de espacios protegidos. Pero nuestros hijos y nietos sí que nos culparán de haber mirado para otro lado. Hemos de tomar conciencia de que la Naturaleza que nos abraza no puede, por sí sola, salir adelante, si no ponemos inteligencia y ternura. Se nos ha confiado. Esa es nuestra responsabilidad. Es lo que hay. Lo demás, ditirambos, humo.