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El choque de trenes

El separatismo se equivoca con un referéndum que incumple el Estatut de Cataluña

A mediados de junio, cuando Puigdemont anunció que el referéndum catalán sería el 1 de octubre, escribí que no creía que el mal momento del Ejecutivo catalán y del Gobierno español sirviera para que reflexionaran y trataran de evitar en el último minuto el temido choque de trenes. Así ha sido. El martes 4 de julio, Puigdemont y Jonqueras presentaron en el Teatro Nacional de Cataluña un borrador de la ley del referéndum unilateral, o de autodeterminación, como la definió un diputado de las CUP, que no se quieren ir sólo de España, sino también de la Europa capitalista (la de la UE).

Con el 47,8 % de los votos en las últimas elecciones (contando el 8 % de las CUP) y pese a su mayoría parlamentaria, está claro que Puigdemont y Jonqueras no tienen ningún mandato popular para convocar un referéndum unilateral que no solo orilla la Constitución, sino que tampoco respeta el Estatut de Cataluña. En efecto, allí queda claro que los legisladores catalanes quisieron evitar un excesivo predominio de la mayoría. Por eso para leyes relevantes no basta la mayoría absoluta (68 escaños) sino que se requiere otra, reforzada, de dos tercios (90 diputados). Es el caso de la reforma del Estatut y de otras normas claves como la ley electoral. ¿Es coherente y democrático que cuando el Estatut catalán exige 90 diputados para la ley electoral, se decida convocar un referéndum unilateral e ilegal que busca la ruptura con España con el apoyo de sólo 72 diputados? Y el texto no fija un mínimo de participación, por lo que nos podríamos encontrar que con una participación del 35 %, o incluso el 25 %, se quisiera proclamar la independencia. Absurdo total.

Es cierto que la desafección con España de parte de Cataluña se debe al rechazo al Estatut del 2006 con malos modos (campaña callejera antes y recurso masivo después) de la derecha. Aquel Estatut podía ser discutible, pero había sido aprobado en debida forma por el Congreso y el Senado, y votado luego en referéndum. Además, todo desarrollo estatutario necesitaba el visto bueno del Constitucional, en el que las tesis nacionalistas nunca serían dominantes.

Por eso la derecha española (también nacionalista) pecó entonces de imprudencia temeraria al lograr que el Constitucional alterara -en el 2010, con cuatro largos años de retraso- no el pacto constitucional del 78, como dice ahora el independentismo para justificarse, pero sí equilibrios políticos laboriosamente tejidos. Y al propinar lo que se interpretó como una bofetada al voto de los catalanes. La sentencia del 2010 no da la razón moral al independentismo, pero sí explica por qué el 47,8 % de los catalanes votó a candidaturas separatistas en las plebiscitarias del 2015 cuando su apoyo nunca había superado, antes del Estatut, el 20 %.

El separatismo sabe que es difícil que el referéndum se pueda celebrar. Pero apuesta. Si lo logra, primer premio: independencia o lío mayúsculo. Y en caso contrario espera obtener un premio de consolación: que el referéndum no tenga lugar pero que la imagen del Estado español retirando urnas, inhabilitando políticos o sancionando funcionarios quede degradada. Y que las portadas de la prensa internacional se hagan eco de protestas masivas. La democracia española no debe caer en la trampa de una prohibición exitosa. El PP se equivocó cuando el Estatut. Y lo volvió a hacer al no reconducir el conflicto en sus años de mayoría absoluta. Cierto que, últimamente, Rajoy y Sáenz de Santamaría actúan con más tiento, pero sobran declaraciones como las de la ministra de Defensa mentando al Ejército€

A medio plazo, España ganará la batalla si sabe recrear el clima de consenso de la Constitución del 78, cuando Cataluña sintió que era tenida en cuenta por el papel de dos políticos, Roca Junyent (centro) y Solé Tura (izquierda), que fueron padres de la Carta Magna. Caso contrario, todo se complicará y puede acabar muy mal. Muy mal.

Hamburgo afronta el desorden mundial

¿Se acuerdan de cuando Zapatero en 2008 se empeñó -y logró- que España asistiera, sin tener derecho, a la primera reunión del remodelado G20 que debía coordinar la reacción de los grandes países a la peor crisis desde 1929? Desde entonces, el G20 se reúne cada año para hacer frente a un mundo convulso. Este año se celebra el fin de semana en Hamburgo, que acaba de abrir el edificio de su nueva y espectacular ópera, y la anfitriona es la canciller alemana. Merkel, que en septiembre tiene elecciones, quiere que la reunión sea un éxito, pero no será fácil.

En 2008 no había duda de que el líder mundial -pese a Irak y la crisis bancaria- era Bush. Ahora, el más poderoso sigue siendo el presidente americano pero está menos claro si Trump es el líder del mundo. Su «America First» le ha llevado ya a retirarse del tratado contra el cambio climático y su tentación aislacionista genera inquietud en muchas capitales. Merkel se perfila como la líder de Europa y la gran defensora de la cooperación internacional frente al proteccionismo de Trump. Y el chino Xi Jinping ya se erigió en Davos en el gran defensor del libre comercio.

Estamos, pues, ante una triangulación que puede aparejar inestabilidad. Trump ha empezado visitando a la euroescéptica Polonia, pareciendo reincidir así en su inicial animosidad contra la UE. Pero en Varsovia ha dicho lo que no quiso decir en la reunión del G7 de Sicilia en mayo: que EE UU garantiza la defensa de Europa, aunque insistió en que los países europeos debían gastar más en defensa, un 2 % del PIB, que pocos países cumplen.

Merkel y Macron no quieren una crisis con el imprevisible Trump pero se resisten al proteccionismo americano. En este sentido es sintomático que la UE se haya apresurado a cerrar con Japón un importante tratado comercial para contrarrestar la política comercial americana. Veremos si el G20 no sólo evita una mayor tensión entre EE UU y Europa, o entre EE UU y China, sino si sirve para aportar algo de estabilidad en un mundo que, como dijo Merkel a Xi Ping, tiene muchas incertidumbres.

Europa, tras la victoria de Macron en Francia y una menor incidencia de los populismos, afronta la cita en mejor posición que hace un año. Trump insiste en sus tesis reticentes al orden liberal, pero se enfrenta a serios problemas internos. Y el primer encuentro Trump-Putin es otro de los centros de interés de esta relevante cumbre. ¿Parecerá el mundo algo más ordenado cuando los líderes mundiales partan de Hamburgo mañana?

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