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Herminia

Como tal, Herminia no existe. Existen miles de Herminias en nuestras ciudades, pero la Herminia de la que hablo sólo existe en la ficción, en la pantalla, y recobra vida cada vez que Javier Coronas se pone la peluca, se planta sus gafas, e inventa unos diálogos que son, como ella misma diría, la leche. Es un humor burro, cerdo, un humor más que grueso y a la vez, y esa es su grandeza, de una exquisitez que abruma. Las escenas de doña Herminia suceden frente a Andréu Buenafuente, y tienen lugar, cómo no, en Late motiv, que emite 0#, y convierte a cadena y programa, como ocurre con espacios de la misma factoría, en referentes de modernidad, atrevimiento, frescura e inteligencia. Perdonen que hable aquí de Javier Cárdenas, en las antípodas de lo que hablamos, pero el menda al que La 1 le da cuartelillo, se atrevió a aconsejar al maestro Andréu que cambiara, que se repetía mucho. ¿Se podrá ser más cretino?

Al grano, centrando esta pieza en cosas importantes y no en baratijas. Que doña Herminia es una perita en dulce. Tiene 91 años, aunque en cada intervención se salta ese dato «como me sale del chocho», y acaba de hacerse una operación de tetas por salud, que «me dijo el médico que no era bueno que me llegaran las tetas al suelo por temor a que me liara con ellas y me partiera la cadera». Total, dice doña Herminia, que «ahora tengo las tetas como una quinceañera y puedo partir almendras con ellas». Lo cierto, sigue contándole intimidades a Buenafuente, es que me caso, sí, sí, me caso, me caso con un jeque árabe que conocí en un local de intercambio de parejas, allí le hice unas carantoñas, le toqué la picha, y hala, palante. Busquen a doña Herminia por ahí.

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