Suele decirse que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces en la misma piedra, pero se repara poco en que la escuela es la única institución que, además, obliga a hacerlo en la misma piedra y de la misma manera, o sea, a repetir curso». Recordaba estas palabras de M. Fernández Enguita al leer que el profesor Miguel Soler había planteado en la Subcomisión de Educación del Congreso, entre otras medidas, la posibilidad de eliminar la repetición de curso en la nueva ley que debiera alumbrar el pacto social y político que, con urgencia, precisa la educación española.

La repetición de curso es la práctica educativa consistente en retener durante un año adicional en un mismo curso a los alumnos que no han progresado suficientemente. Se supone que así se les brinda la oportunidad de adquirir los conocimientos que necesitan para continuar su trayectoria escolar de manera satisfactoria. Según el informe de la red Eurydice (2011), entre 34 sistemas educativos europeos, el español arroja la quinta mayor tasa de repetición en Primaria (tras Portugal, Lituania, Bélgica y Francia) y la segunda en Secundaria Obligatoria (tras Luxemburgo).

La gran diferencia en las tasas de repetición entre los países europeos no solo tiene que ver con las distintas legislaciones vigentes. Dicha práctica escolar forma parte de una «cultura de repetición de curso» asentada en el «código profesional docente» imperante, y en la creencia generalizada de que repetir curso es beneficioso para el aprendizaje de los alumnos.

Los defensores de la repetición de curso arguyen que proporciona tiempo para madurar al alumno y reforzar los contenidos no asimilados. A su vez, ayuda a inculcar la cultura del esfuerzo, disuadiéndoles del bajo rendimiento. Por contra, sus detractores consideran que los efectos negativos superan a los positivos. Señalan que los repetidores son separados de sus compañeros de clase, deben repetir contenidos ya superados y cargan con el estigma de ser señalados como alumnos «repetidores», con el consiguiente efecto nocivo sobre su motivación. Pudiendo generar, además, problemas de disciplina en los centros. Y, además, se trata de una política con un coste elevado. En definitiva, consideran que la repetición no solo no mejora el rendimiento de los alumnos, sino que puede empeorarlo.

Así, la mayoría de la investigación educativa reciente tiende a identificar negativamente la repetición de curso al considerarla una práctica educativa arbitraria, ineficaz, cuando no contraproducente, para rescatar a los alumnos que se retrasan y de un coste económico muy considerable. Veamos:

a) Una práctica educativa arbitraria: en el curso 2014-15, el 14,7 % de los alumnos españoles de 12 años habría repetido, al menos, 1 curso; pero, a los 15 años, un 36,1 %. ¿Cómo se explica? ¿A más tiempo en la escuela, peor para la salud escolar de nuestros estudiantes? Abundando en ello: en PISA 2015, el 31 % de los alumnos españoles participantes había repetido al menos 1 curso (el 15 % en la UE, el 12 % en la OCDE), sin embargo el 58 % de esos repetidores aprobaron las pruebas correspondientes. Entonces, ¿por qué la repetición? El profesor José S. Martínez García hace años abordó esta cuestión (Fracaso escolar, PISA y la difícil ESO; 2009).

b) Una práctica educativa escasamente eficaz: las investigaciones conocidas vienen resaltando de manera consistente los efectos negativos (académicos, socioemocionales y conductuales) de la repetición de curso que, en muchos casos, pueden conducir al abandono prematuro de la educación. Una investigación ( Mena Martínez et al., 2010) basada en las experiencias de 856 alumnos que abandonaron prematuramente reveló que el 88 % dejó los estudios a consecuencia de sus experiencias de repetición de curso. En definitiva, las investigaciones conocidas apuntan que la repetición de curso resulta un predictor significativo del fracaso escolar (el 23,2 % en 2015) y del abandono temprano (el 20 % en 2015), corroborando su nula eficacia en el rescate de los alumnos que se retrasan

c) Una práctica educativa costosa: costosa para el alumno y costosa para el sistema. Además de ser un castigo absurdo para el alumno, obligado a repetir las asignaturas que ya ha aprobado, supone un coste económico enorme para los contribuyentes. Para A. Schleicher (2011): «La pérdida de un curso escolar a los estudiantes no les reporta ningún beneficio y, sin embargo, supone un año desperdiciado en sus vidas laborales. Lo que significa, al menos, 20.000 euros extras que la sociedad paga por estudiante que no pasa de curso». Otros trabajos van más allá. Una investigación del Instituto de Evaluación Vasco (2009) sostiene que, en España, la repetición en la ESO podría tener un coste de unos 1.500 millones de euros.

¿Hay alternativas? Por supuesto. El profesor M. Barber (2003) escribía: «El nuevo desafío -un buen nivel de formación para todos- supone que si ciertos alumnos tienen necesidad de un tiempo de aprendizaje más largo para alcanzar buenos resultados, habrá que dárselo. Si otros tienen necesidad de clases individuales intensivas, habrá que garantizárselas. Si diferentes enfoques de la enseñanza y del aprendizaje resultan más adecuados para unos alumnos que para otros, los profesores deberemos adaptar nuestra pedagogía. Para que todos los alumnos tengan éxito en su escolaridad, los medios deben ser modificados tanto como sea necesario».

¿Pondremos remedio a esa estúpida práctica educativa (por ineficaz, arbitraria y costosa) haciendo posible «otro modelo de intervención pedagógica» de nuestros profesores, para que ningún alumno se quede atrás y ningún talento se malogre?