No se entiende nada. No es entendible que con todo lo que cae y seguirá cayendo, vote al PP esa inmensa minoría que casi llega al 25 % del censo. Y la misma inentendibilidad es aplicable al cabreo del rey emérito, por no haber sido tenido en cuenta en el 40 aniversario de las primeras Cortes democráticas.

Puede ser aceptable de Juan Carlos I -si nos olvidamos de que juró los principios del Movimiento Nacional y saludó a lo fascista- que prestara algún servicio para el tránsito de la dictadura a la democracia, llegándose a hablar de forma muy difundida de un juancarlismo más que de un monarquismo, acumulando un capital inicial en cuya estela se dieron gestos como el reconocimiento de la Generalitat de Tarradellas (quien ni en su honestidad ni en su templanza tuvo que ver con Pujol) antes de la Constitución del 78. Pero este capital inmaterial inicial lo malbarataría de forma tal que aun los monárquicos más apologistas tendrían que aceptar que su debe suma mucho más que su haber en toda su trayectoria restante, que le llevaría a la necesidad de abdicar, una decisión que no fue precisamente voluntaria, ni por desprendimiento y a la que se vio abocado por un cúmulo de errores de toda laya que casi todos a estas alturas conocemos. Sin olvidarnos de que a él le han aplicado la misma medicina que él aplicó a su padre, el conde de Barcelona, o quizá esta fuera mayor.

Resulta llamativo y nos dice mucho aquello que se conoció hace menos de un año, a través de una entrevista hecha a Suárez en 1995 por la periodista Victoria Prego, en la que aquel le confiesa a ésta haber incrustado al rey en la Ley de reforma política, uniendo rey y cambio político, evitando el referéndum sobre la monarquía porque las encuestas daban mayoría a una república.

Y de Felipe VI, si nos atenemos a su discurso en la ocasión mencionada diríamos que casi todo, diríamos que casi todo es desilusionante, si se supone que el rey debe ser el de todos. Sobremanera sus olvidos clamorosos: el de la corrupción, cual si de otro Rajoy se tratara, el de las desigualdades crecientes (más Rajoy) o el de no mencionar a Franco y sus víctimas (rajoyismo puro). Así mismo, su falsa equidistancia entre víctimas y verdugos.

Con anterioridad a ese discurso tampoco era entusiasmante la gran amistad de la pareja real con el compi-yogui, poliimputado López Madrid, yerno del mayor donante del PP, el exministro franquista Villar Mir (marqués borbónico del mismo título) que nos hace dudar aún mas de que sea el rey de todos, sino más bien de las élites, que con afortunado calificativo casi siempre son élites extractivas. Si de su padre quedó desdicho y deshecho el tópico de campechano, pues su iracundia mas allá de demostrada con el chófer llegó también a la propia reina Sofía y su hijo, ahora el preparao tampoco acreditó tal cualidad; o sea, en breve, que por todo lo acreditado es un truismo afirmar que es una monarquía de derechas.

De esos errores del emérito, el llamémosle eufemísticamente pecuniario no sería descartable por las características de su poder real (en las dos acepciones) que se hubiera dado un a modo de omnicascada de aguas no precisamente limpias, que habrían ido en gravitación desde esa máxima altura, pregnando en gran manera las Administraciones en sus diversas concreciones.