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Las aguas perdidas

Roma, la ciudad eterna, va a tener, según su alcaldesa, que sufrir restricciones de agua por la inmensa sequía que sufre todo el Lacio. Extrema. En otras palabras, los romanos , turistas incluidos, y hasta la curia cardenalicia van a tener que beber agua del Tíber, ciertamente poco nutritiva y escasamente recomendable siquiera desde Santangelo.

La cuestión de la falta o disminuación de las precipitaciones en el Mediterráneo, la sobreexplotación de los acuíferos subterráneos, la escasez dramática de las cuencas del Júcar o el Segura y la falta del líquido elemento en nuestros pantanos de cabecera hacen temer por un final de verano ciertamente severo en cuanto a reservas hídricas se refiere en nuestro territorio.

Como estaba previsto, pese a las constantes negaciones del llamado quizá excesivamente rimbombante cambio climático, lo cierto es que los fenómenos extremos de frío, calor, lluvias torrenciales o sequías clamorosas van siendo lo habitual en nuestro clima mediterráneo, que prácticamente ha reducido a dos las tradicionales cuatro estaciones. Esta premura, esta rapidez en lo fluido y dramático de los cambios es lo que da al futuro tan mala cara y peor perspectiva.

Yo voté en el Congreso de los Diputados, por no remontarme a Primo de Rivera o a los pantanos de Franco, el Plan Hidrológico Nacional en la segunda legislatura de Aznar (2000-2004). Parecía sensato, entonces, preconizar desde el Gobierno que las zonas excendentarias llevaran agua a las deficitarias. Aznar, con el laconismo que caracterizaba sus alegatos parlamentarios, lo sintentizó de esa forma tan didáctica como simple.

Obviamente, semejante PHN quedó derogado por Zapatero y la actual presidenta del PSOE, entonces ministra de Medio Ambiente, Narbona, se dedicó a constrruirnos desaladoras. De poco han servido o de nada y a su utilización me refiero en nuestra cuenca mediterránea.

En aquellos oscuros momentos políticos, calificados como tales por aquellos que tras ganar de nuevo las elecciones en nada variarían sus políticas, el PP de Rajoy con respecto a Zapatero, el «agua para todos» con la que el PP en la Comunitat Valenciana y Murcia muy especialmente llenó la Alameda de València e innumerables manifestaciones, algunas con Rajoy a la cabeza junto a Camps, en la Vega Baja etcétera, tampoco se ha caracterizado después por considerar que ya no tocaba seguir con la cantinela del agua porque de súbito y porrazo se tenía de nuevo una mayoría absoluta, la última de Rajoy, y no estaba el horno para seguir desgastando ahora al gobierno propio con los eslóganes con los que se intentó desangrar líquidamente al anterior ejecutivo socialista.

Así que del agua para todos pasamos a agua cuando haya y suerte para el zahorí que la encuentre. Un nuevo éxito, ciertamente notable, de nuestra democracia para ponerse de acuerdo los grandes partidos en las cuestiones importantes y que no admiten ni riesgos ni componendas partidarias de las huestes hambrientas de sillón, sueldo y mesnada en propiedad.

Y ahora nos encontramos con lo que nos encontramos. La pertinaz sequía que no es tal, llueve a mares en esta comunidad de Dios cuando hay de qué, pero las aguas descarriladas e ignorantes de su necesidad de caer en las cabeceras de los ríos y los embalses se van irancundas a un Mediterráneo que las engulle sin otro provecho que aprovechar inocentemente sus caudales.

Y nos vamos ahogando poco a poco. Eso sí, con todas las piscinas del verano llenas y algunas más por llenar, faltaría más que tuviésemos algún sentido común y algún que otro vislumbre racional.

Y nada, no hay más política que esperar a que llueva. Bueno y los discursos habituales de siempre: aprovechamiento de las aguas subterráneas, sensatez en el consumo de agua por habitante y ciudad, etcétera... nada, que llueva y haya suerte en el próximo temporal de Levante.

El problema del agua en España es realmente gravísimo. Pues bien, frente a esa gravedad nuestros partidos han hecho lo mejor y lo más sensato. Planes imposibles de sustentar y llevar a cabo, unos imposibilidad de entendimiento autonómico; otros, desaladoras marinas las que fueren convenientes y a falta de pan, que coman tortas.

Las aguas siempre terminan por desbordar sus cauces milenarios. Y reemprenden sus caminos aciagos cuando vuelven a su ser tras sus iracundas sacudidas. De seguir así, pondremos de nuevo de moda las eternas rogativas de nuestros pueblos y señalados santos de nuestra infancia. No hay nada como una modernidad bien comprendida.

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