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Aparente realidad

Antes del mallorquín Jaume Matas y de su palacio a medias, antes de Ignacio González y la explosiva floración de ranas madrileñas, antes de la valencianísima Emarsa y su batallón de rumanas para todo, antes de Gürtel y Púnica, hubo un señor que, sin complejos, sentó las bases de un concepto de gobernanza carcomido por el abuso de poder y las fechorías. Me refiero a Josemari Aznar por quien, me consta, sienten devoción no pocos partidarios, ellos sabrán si les interesa esa marcha cuyo truco desarma de tan simple: consiste en que media España abuse de la otra media sin consecuencias y hasta con aplausos. Haberse apuntado donde tocaba cuando tocaba. No es todo el PP, sólo una parte.

Para caer en esta cuenta basta con ver las fotos que la prensa del corazón obtuvo en aquella ceremonia de El Escorial en la que contrajeron nupcias Ana y Alejandro y a la que también asistió, en perfecta correspondencia moral, don Berlusconi. Nunca hubo damas de forajidos tan bien servidas. La burbuja inmobiliaria se originó con aquella Ley del Suelo de Aznar que declaraba edificable cada sierra, llano o pantano de la patria, a ver como las «cordilleras de toros/ con el orgullo en el asta» (Miguel Hernández) iban a embestir bajo semejante losa de hormigón unánime. También implicó al país en una guerra innecesaria, inmoral e idiota, que dejó las cosas, en Irak y en más sitios, mucho peor de lo que estaban. No sé si se le puede juzgar por crímenes de guerra, pero si hay una posibilidad, contribuiré.

La censura de los medios tradicionales ya no funciona, como demuestra el caso reciente de Gregorio Morán en La Vanguardia (con El cura y los mandarines, obtuvo, también, un éxito editorial gracias a la censura de Planeta). El texto censurado se vuelve viral en las redes, pero tanta información no inspira actos: cada loco con su tema. Esas redes cultivan, ahora, teorías conspirativas sobre Miguel Blesa: el hombre tenía un futuro muy negro y en el asunto menor de las black cards se resolvió que todos mojaban el churro y que el mas ladrón era, ya ves, uno de Izquierda Unida.

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