Hace unos días tuvo lugar la cena de verano del PP de Valencia. Asistieron unos doscientos militantes, una cifra destacable que apunta un posible resurgir de la formación. El encuentro se celebró una vez conocida ya la decisión de Génova de constituir una gestora para la provincia de Valencia, con el beneplácito tanto del aspirante, Vicente Betoret, como de la propia lideresa regional, Isabel Bonig.

Hay, sin embargo, detalles que llevan a pensar que el cauce no baja con aguas claras, al contrario, fueron notables las ausencias, entre ellas la del propio Betoret y la del presidente de la gestora, Rubén Moreno. Son ausencias que en otro tiempo habrían sido impensables, pues hablamos de Valencia, plaza que aporta uno de cada cinco votos al PP en la Comunitat.

Nada hay que reprochar al acto en sí, y no me voy a otorgar la potestad de juzgar el evento de una formación política que intenta rehacerse como puede de los numerosos destrozos sufridos en los últimos tiempos. Esa noche, Bonig fue galardonada con una medalla por su constancia que le entregaron los organizadores, entre quienes estaban Luis Santamaría, el presidente de la gestora de la ciudad constituida tras el caso Taula, y Adriana Hernández, la presidenta del distrito de Patraix. Esta circunstancia no tendría trascendencia si no fuera por los reproches con tintes sarcásticos vertidos a través de un nuevo grupo de WhatsApp popular.

Llueve sobre mojado. Esta vez se trata de un colectivo localizado en un importante distrito de la capital que disiente de la actual dirección y apoya a Betoret. El grupo ha ejercido su derecho -democrático, claro está- de verter, a modo de resopón, toda clase de críticas a la cena. Pero calificar de «charlatana americana» -entre otras lindezas- a Bonig no va a ayudar a Betoret, al contrario. Como tampoco va servir al aspirante que se publiquen en dicho chat documentos sobre los escenarios futuros más deseables. Al fin y al cabo, los componentes del mencionado grupo forman parte de la historia del PP, aun cuando ridículamente se otorguen el papel de regeneracionistas.

Betoret debería tratar de reconducir a esos incondicionales que en lugar de ayudarle le dañan a él y a su partido. Así demostraría, de paso, que la decisión de Génova de nombrar a Rubén Moreno contó efectivamente con su beneplácito. Mariano Rajoy es dado a mentar a Quevedo. Pues bien, a cuenta del PP valenciano cabría parafrasear al poeta: «Miré los muros del partido mío, si un tiempo fuertes, ya desmoronados».