Suave, suavecito... Lo siento pero no pude resistirme y el hit del verano entra como una ola en la playa del Caleidoscopio de esta semana. Además, señoras y señores, con el agravante de que lo hace para hablar de un tema serio, no, lo siguiente; ni más ni menos que la nueva Ley de contratos del sector público. Una ley que, si las fuerzas del universo no lo impiden (esto es, que el debate que está teniendo lugar hoy, acabe), se aprobará mañana, por fin y después de dos años de debate.

Muy bien, ¿y qué va a significar esta ley que nos suena tan lejana, tan «esto no va con nosotros», tan aburrida, soporífera...» Lanzo algunos nombrecitos como pista: caso Gürtel, AVE, Nóos, Lezo, Brugal, Fitur, Patos... y así, nombrando casos de corrupción que tienen que ver con utilizar la contratación pública para beneficio propio, podría agotar mi columna.

Ahora sí sabemos de qué va esto, desgraciadamente: la corrupción. ¿Cómo lograr erradicar ese mal que algunos hasta incluso justifican en cierta medida? ¿Cómo seguir dando, aunque sean pasitos suavecitos hacia lo contrario de nuestra querida república bananera? Esta Ley de contratos públicos podría ser una buena herramienta para obligar a que se hagan las cosas bien porque, como dice uno de los mayores entendidos en la modernización de la Administración pública, Víctor Almonacid, por fin obliga (en realidad por mandato de Europa) a que la contratación pública sea electrónica. Y, ¿qué es eso de electrónica?

Que la contratación pública sea electrónica digamos que va a permitir seguir todos los pasos que se vayan dando a la hora de adjudicar un contrato público, ese que se paga con el dinero de todos. Es decir habrá un mayor control y por ende transparencia. Eso sí, hubiera faltado bajar el elevado umbral por debajo del cual los contratos se pueden adjudicar a dedo (40.000€ más IVA en contratos de obras. Un pastizal para muchos Ayuntamientos). Pues eso, pasitos suavecitos.