En las cumbres de las montañas de climas templados a veces las temperaturas invernales pueden superar los valores medios veraniegos, así como a la inversa, en algunos días del verano puede hacer más frío que en invierno. Hay que remarcar que la llegada de una borrasca supone cambios térmicos en invierno en sentido opuesto en las partes inferiores de los valles de una cordillera o en zonas interiores y en las montañas. Así, con bajas presiones el aire frío se mantiene más a menudo en cotas elevadas y, más abajo, la nubosidad elevada y el viento provocan un ascenso térmico respecto días anticiclónicos, en los que la inversión térmica hace que por ejemplo las temperaturas puedan ser más elevadas en la Pica de Estados a 3.143 metros, que en el plano de Lleida, a 150 metros. Esto se debe a que cuando el cielo está despejado en invierno el aire más frío, que es más denso y pesado, se deposita en el fondo de los valles, mientras en las montañas la presencia del anticiclón supone la llegada de una masa de aire más cálida en los niveles altos. De esta forma en ocasiones se crea una inversión térmica, en la que hay aire cálido y seco en la parte superior de esta inversión y aire frío y húmedo en la parte inferior, que a menudo provoca esa niebla prolongada de los meses de diciembre y enero en la planicie de Lleida y otras zonas de la Península Ibérica. Las nieblas son más frecuentes en la Meseta Norte y Depresión del Ebro, mientras que son menos frecuentes por efecto de la menor latitud en la Meseta Sur, Valle del Guadalquivir y Extremadura. En verano el gradiente térmico vertical es más elevado respecto invierno ya que la altura del sol sobre el horizonte es más elevada, lo que provoca un calentamiento de las zonas bajas más elevada, y predominan las altas presiones a niveles altos.