Los barcos siempre han tenido un halo de aventura, de rutas, de viento en las velas. Pero, ya se sabe, el llamado progreso transforma nuestras ideas y ahora el barco se convierte en nombres que nos avergüenzan, como cayuco, patera, barcaza, balsa o el genérico embarcación; ya sabemos que nuestra cultura es muy rica en palabras, aunque no tanto en acciones. Y los mitológicos mares se convierten en un ir y venir de quimeras, de brújulas trucadas, de viajes que no siempre acaban en buen puerto.

Eso ha generado otro tipo de barcos, los de la salvación, los que van en busca de vidas para evitar el naufragio de nuestra civilización. Ayudan, alimentan, protegen, cultivando las pocas gotas de humanidad que nos quedan en las venas. Un aplauso.

Pero, ¡ay de nosotros! Ahora se acaba de fletar otro nuevo modelo de barco. El más miserable, ese que pensamos que nunca llegaría. Un barco promovido por la ultraderecha europea que pretende patrullar en el Mediterráneo para evitar que las ONG hagan su trabajo. En ese barco llamado Defender Europa, es donde puede naufragar definitivamente nuestra ética, si es que nos queda.

Es difícil entender que una comunidad internacional que se precie de serlo, que parlotea de derechos humanos y de la carta de refugiados, permita que ese tipo de iniciativas se produzcan. No cabe duda que la derecha cada vez está más crecida, más impune, y que el poder es cada vez más tolerante con esas ideas.

En nuestro país, las referencias a la dictadura cada vez más matizadas, la oposición sistemática a la ley de la memoria histórica, la polémica sobre el Valle de los Caídos, las subvenciones a fundaciones de extrema derecha, la tolerancia a partidos y organizaciones claramente anticonstitucionales, son ejemplo de un retroceso evidente que produce alarma social.

Dicen que la palabra alarma viene de la consigna que gritaban los vigías en caso de peligro: ¡a las armas!, decían. Esa debería ser nuestra consigna hoy pero con nuestras verdaderas armas, con la palabra, con la reivindicación, con la oposición firme, con las acciones, con los votos. Todo para recuperar esos valores que nos permiten ser seres humanos con la cabeza alta. Valores que implican riesgos, lo sé, pero para eso tenemos cerebro, ideas, compromisos, voluntades y perspectiva social. Lo demás, miseria.