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Vicente

Amigos para siempre

Si algo de bueno tiene esto de las redes sociales es que nos ha permitido recuperar a gente querida a la que habíamos perdido la pista. Aquel antiguo noviete de adolescencia, las amigas con las que fumabas tus primeros cigarros a escondidas mientras intercambiabais confidencias, los compañeros de clase con los que compartiste mil trastadas y noches de «estudio»... De una forma u otra, vuelven a tu vida y, de su mano, la añoranza de una época en la que todo estaba por llegar y por descubrir y que, treinta o cuarenta años después, más que recordar, idealizas. No digan que no. Nos pasa a todos. Y ahí nos vemos, metidos en grupos de whatsapp de viejos amigos, subiendo fotos antiguas en las que apenas te reconoces y recordando batallitas como abuelos cebolletas hasta que llegan las inevitables quedadas; esas cenas o comidas de reencuentro con gente a la que, salvo excepciones, no has visto en décadas.

Una vez más hay que agradecer la existencia de las redes sociales porque, el que más y el que menos, tiene colgada en su facebook alguna actual, lo que te permite reconocer a aquel ligue que sin pelo no parece el mismo o a tu compañera de pupitre a la que no saludarías por la calle si la vieras con ese pelo corto y esas arrugas en el entrecejo. Esto es fundamental: Quien quiera reencontrarse con viejos amigos debe antes enseñar fotos actuales para evitarse sustos y meteduras de pata. Aún ando traumatizada desde que, en una reunión de esas de 25 años, una de las compañeras de carrera con las que más relación tuve me preguntó quién era yo y, cuando se lo aclaré, justificó su lapsus diciendo que me veía «más señora». Y eso que aún no tenía los kilos de más que arrastro desde que me puse menopáusica perdida. En cualquier caso, no hay nada malo en lanzarse de lleno a estos encuentros siempre y cuando al día siguiente asumas esos momentos de «amigos para siempre» que van aumentando a lo largo de la noche conforme se va acabando la botella de tequila. Y algo debe haber de cierto en estas odas al amor y a la amistad junto a esa panda de cincuentones con los que te ríes a carcajadas porque ¿de qué otra forma puede entenderse que, tras lustros sin vernos, nos sintamos de inmediato con muchas de estas personas tan cómodos y cómplices como cuando éramos casi unos críos?

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