Permítaseme la licencia de usar la nomenclatura de Hillary Clinton para referirme al actual presidente de Estados Unidos. Desde Europa y desde España nunca se creyó posible la irresistible ascensión del personaje, pero la abultada cifra de votos que recibió hace pensar que algo habrá que justifique su éxito y esto es lo que explica su influencia.

En las últimas semanas los cuadros y/o asesores del PP le han tomado gusto al término perdedores para referirse a la oposición y no me negarán que el «La France d´abord» o el «Catalònia first» de los nacionalismos de derechas (perdónenme la redundancia) es un homenaje al eslogan de Donald Trump. No es casual que por doquier hayan surgido hacedores de muros y creadores de nuevas fronteras que alientan la xenofobia y el racismo.

Lástima que Lluís Llach, al que admiré como cantante y resistente al franquismo, se haya convertido en siniestro personaje de gorro calado que amenaza a los funcionarios que, por cumplir la ley, se atrevan a desafiar sus pretensiones. ¡Qué vergüenza ver el nombre de la república devaluado por quienes quieren crear en Catalunya una república bananera heredera de los Pujol y los Millet!

Es razonable que el legado de Donald se pueda vender con fervor por la ultraderecha, pero resulta lamentable que un sector de la izquierda lo perciba como una nueva mercancía y así resulta incomprensible que quien se rasga las vestiduras porque no se le permite organizar un referéndum secesionista, totalmente ilegal, se niegue a que el parlamento vote su propuesta o que todos los españoles decidamos si queremos que una parte del territorio se desligue del país y de la unión europea. No se engañen políticos como Pablo Iglesias. Aplaudiendo las propuestas de Gabriel Rufián o Carles Puigdemont no dan una imagen de izquierda moderna. Al contrario, esas propuestas pueden ahogar la esperanza de quienes vimos en el 15M la posibilidad de despertar a la socialdemocracia de su modorra acomodaticia o llevar a las urnas a generaciones de jóvenes desengañados de políticas que han profundizado la brecha social entre ricos y clases medias aumentando el número de desheredados, de contratos basura y de cláusulas abusivas.

Dejémonos de historias y agravios comparativos y pongámonos a caminar en la única dirección posible, la de la solidaridad entre todos los pueblos y digamos no a la Europa de los mercachifles, a los muros y a los nacionalismos. El futuro será de todos o no será y se equivocan los que solo miran sus prerrogativas y pretenden despojar a los demás de sus derechos. Desde aquí animo a los lectores a desenmascarar a los seguidores confesos o embozados del legado de Trump y a regenerar la vida política con argumentos y razones y no solo con votos, mentiras e ingeniería electoral; que es lo que se esconde detrás de la victoria del vecino americano.