Parece que fue ayer cuando todos los partidos progresistas clamaban contra la continuidad de las diputaciones. Prometían su extinción una vez conseguidos gobiernos para el cambio. Hoy, dos años más tarde y superado el ecuador de la legislatura, la vida sigue igual. Aún así, parece que fue ayer. Poco ha cambiado la Diputación de Valencia si comparamos la mitad de este período consumido de cuatro años respecto a la etapa predecesora. Injusto sería generalizar, y más falso todavía, apelar a aquello tan manido de que estamos ante «los mismos perros con diferentes collares».

Ayuntamiento de ayuntamientos se autoapellidaba el organismo de la demarcación de Valencia. Desde la redacción de redacciones, que también podría denominarse su gabinete de prensa tras la rotovatada a los medios de comunicación del último varapalo del sistema financiero internacional, estuvieron prácticamente un año apoyándose en las muletillas que proclamaban «la nueva Diputación» y/o «el nuevo gobierno». A la vista están las hemerotecas, físicas y digitales, para comprobarlo.

Hoy, y parece que fue ayer el día en que rajaban de las instituciones provinciales, los safaris fotográficos de los nuevos panxa contents de la Dipu son tónica dominante. La innecesaria y/o excesiva representación en algunos casos de la institución a extinguir, con presencia de diputadas y diputados de la mayoría de las formaciones políticas del pacto de gobierno, ha sido habitual. Se presentan como el gran hermano mayor gracias al cual avanzan este pueblo sí y el otro también. Ahora, cierto es, parece que ya no prima el color político de los gobiernos locales a la hora de repartir. Sí condicionan, sin embargo, los safaris fotográficos semanales para visitar proyectos y obras como quien desea airear aquello de «això ho pague jo!».

Llegados a este punto, sería anacrónico amargarle la fiesta a Jorge Rodríguez, presidente del ayuntamiento de ayuntamientos y€ de la redacción de redacciones. Nada más lejos de la realidad. Desde el verano de 2015 ha habido cambios de consideración en el reparto del dinero que administra esa institución a cuyos responsables no hemos votado de manera directa. Justo es repartir restos financieros a tanto por habitante. Y más justo, todavía, aplicar pequeñas variables que beneficien a las entidades municipales menos pobladas.

El postureo de la distribución de estos considerables restos y otras pequeñas partidas económicas, no debe representar obstáculo alguno para volver a la cuestión de quienes prometieron y no cumplen. La estela de Alfonso Rus la llevan por bandera en proyectos, planes, imagen, nuevas tecnologías, y más, mucho más, dos años después de la cacareada «nueva Diputación».

Nos venden y revenden la burra de que si financian esto o aquello. Por si el lector todavía no lo tiene claro, habrá que recordar que los dineros de este organismo político-territorial de la demarcación de Valencia no afloran por arte de magia de los cimientos de la vetusta institución: son, hay que decirlo una y diez mil veces, de todos y cada unos de los municipios y ciudadanos. Más o menos así lo planteaban los partidos progresistas hace poco más de dos años para justificar su extinción. En consecuencia, anacrónica resulta, por no tildar de insultante, esa propaganda paternalista difundida un día sí y otro también. Si así lo hacía el PP, ¿dónde está el cambio? Perdimos. Valga como ejemplo que ese obstinado afán propagandista no se vislumbró en el auténtico cambio de régimen cuando el socialista Manuel Girona presidió el decimonónico organismo provincial.

Llegados al final del papel, y visto que se mantienen las estructuras y formas institucionalizadas en los años de gobiernos de la derecha, habrá que plantearse si, en realidad, los de ahora no son un cambio, sino más bien, el recambio. Igual nos encontramos un día de estos con que el Sona la Dipu Pop-Rock lleva como trofeo inherente el título de Gran Premio Corchea Alfonso Rus. Do, re, mi, fa, sol la, si, do; sol, do.