En 2015 se observó por primera vez la existencia de las ondas de gravedad; una de las propuestas más intrigantes de la teoría de la relatividad. Sin embargo, todo comenzó en 1905 cuando un joven todavía desconocido publicó la Teoría de la Relatividad. Esta obra surgió en plena revolución causada por dos de los mayores hitos de la psicología: la interpretación de los sueños de Freud y el condicionamiento clásico de Paulov. Hoy, algo más de cien años después, vamos a analizar a Albert Einstein desde la psicología moderna.

Nació en 1879 en la localidad alemana de Ulm. El hecho de ser descendiente de padres con origen judio, aunque no religiosamente practicantes, y vivir la época del surgimiento del nazismo en Alemania le iban a marcar en su madurez su actitud e implicación en los problemas sociales. Su niñez y juventud se desarrollan dentro de lo esperado para un chico universitario con afición a la física y a las matemáticas. Se inician temprano sus escarceos amorosos, sensiblemente románticos en el comienzo, pero que con el tiempo van a llevar siempre el carácter de ser algo subordinado frente a su afición a la ciencia. Esto lo iba a sufrir particularmente su primer matrimonio con Mileva que acabó en un divorcio nada usual en aquella época de 1919. Su segundo matrimonio, con su prima Elsa, fue más duradero pero ella llevó más bien un papel de acompañante y protectora. Un verdadero enamoramiento, según se puede deducir de sus cartas en la madurez, no surgió con ninguna de sus esposas sino con Marie; el amor de su adolescencia.

Este comportamiento emocional contrasta con la racionalidad de sus trabajos. De hecho su personalidad no es la de un genio loco que está en un mundo fuera de la realidad del día a día. Al contrario, supo dar a conocer sus obras -revolucionarias para las concepciones teóricas vigentes y con fuerte resistencia inicial por parte de la comunidad de científica- de forma sistemática. Realizó visitas por las diferentes naciones desarrolladas de la época, entre ellas España, dando conferencias para explicar sus aportaciones teóricas. Esta habilidad, junto con los resultados experimentales que iban confirmando sus hipótesis, le valió haber conseguido con tan solo 42 años de edad el premio Nobel de Física entre otras distinciones.

Cuando hay sospechas de que una persona puede tener una demencia se le aplican unas pruebas para medir su memoria, su lenguaje, su capacidad de realizar cálculos, así como, otras facultades relacionadas. Es decir, medimos lo que denominamos globalmente su rendimiento cognitivo. No disponemos de los resultados de estas pruebas de Einstein. Pero nadie duda de que habrían dado puntuaciones favorables muy por encima de la medida. Pocos científicos han llegado a entender en profundidad la Teoría de la Relatividad por la complejidad tan elevada de sus deducciones matemáticas.

No obstante, lo esencial de los déficits neurocognitivos es la evolución en el tiempo. Con más de doscientos sesenta artículos de investigación, a Einstein se le considera un científico bastante productivo no solo por la cantidad, sino por la calidad innovadora de los conceptos aportados. Estos artículos científicos han servido para estimar la evolución del rendimiento cognitivo del autor. Se ha estimado contabilizando las obras escritas en un determinado año y evaluando la aportación al conocimiento científico que cada obra contiene. En concreto, se ha evaluado a las edades de 26, 37, 51y 76 años, edad a la que murió.

Sorprendentemente, los resultados muestran un prematuro y progresivo declive con la edad más intenso de lo que podría esperarse en una persona plenamente activa hasta su muerte. Esto contrasta, por ejemplo, con la evolución de Paulov, quien a sus 54 años de edad fué cuando presentó su obra más importante. El cerebro de Einstein se ha conservado, seccionado en porciones, en diferentes instituciones y museos. Ha sido estudiado muy extensamente tratando de encontrar donde reside su extraordinaria genialidad. No obstante, extrañó al anatomista cuando lo extrajo por primera vez su tamaño más bien pequeño. Probablemente porque ya no era el cerebro de ese joven de 26 años que en 1905 asombró al mundo científico con el Annus Mirabilis, como él lo llamaba.