El mítico Teatro Colón de Buenos Aires ha rechazado La Traviata de Sofia Coppola porque los trajes de Valentino son muy caros. Les Arts desempolvó en febrero la alfombra roja para el estreno del clásico operístico. Aunque Coppola no vino a València, si estuvo Valentino y la participación de Plácido Domingo atrajo a la reina Sofía, autoridades valencianas, además de mucho glamour con una radiante Monica Belluci a la cabeza. El coste del vistoso vestuario de Coppola rechazado en Argentina no aparece en el Portal de Transparència de la Generalitat. Con independencia del descuido, lo más importante se refiere a la coherencia de la política cultural. Y esa sigue sin aparecer transcurrido el primer bienio botánico, donde ha preocupado más restablecer una burocracia paleosoviética alejada de los fenómenos emergentes contemporáneos, que desde hace tiempo buscan refugio fuera de esas redes públicas anticuadas.
En un sector que necesita el apoyo gubernamental, el fomento de la lectura, más de la mitad de las últimas ayudas del Consell se la reparten tres editoriales y en el cómputo global han recibido más dinero los libros en castellano que en valenciano, y todo eso en plena defensa plurilingüística. Al disgusto de editores pequeños, que son la mayoría, hay que añadir actores, artistas, productores y demás gente farandulera. La mejor política cultural tiende al claro cristalino, más allá de concursos públicos de gestores, porque sobran cargos y falta relato congruente.
El coliseo de la ópera de Buenos Aires está considerado uno de los cinco mejores del mundo, con una acústica imponente. El Colón cumplirá 110 años con el celebrado orgullo de los porteños, sean melómanos o nunca hayan entrado. Pese a los trágicos años de dictadura y corralito, cuando las vidrieras bonaerenses lloraban, nadie se atrevió a atentar contra el Colón. Esa vinculación cívica con la cultura se consigue cuando se programa para la mayoría, se respeta el proceso creativo, se valora los clásicos y se aislan a los oportunistas.
