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La marca de Rajoy

Lo sorprendente hubiera sido que Mariano Rajoy tuviera previsto hacer algo en el asunto catalán más allá de pertrecharse sólo tras la ley, con riesgo de satisfacer el deseo de Puigdemont de inscribir su nombre en el martirologio del soberanismo. Hacer algo sería romper con la marca inmovilista del rajoyismo. De ella dejó constancia incluso en su declaración ante los jueces por el caso Gürtel cuando, respecto a los sms de Bárcenas, dijo aquello de «hacemos lo que podemos significa que no hicimos nada». Estas deposiciones judiciales siempre dejan algún hallazgo, aunque los juegos verbales de Rajoy quedan muy por debajo de la identificación de Iñaki Urdangarin como un «amigable componedor», con la que la defensa del exduque de Palma trata de conseguir que el Supremo lo absuelva de los delitos que lo ponen a la puerta de seis años de cárcel por sus provechosas mediaciones.

La pasividad política de Rajoy se asienta sobre la profunda incomprensión de la cuestión catalana, que llevó a los populares a arruinar, con su recurso al Constitucional, el cortafuegos que fue el estatuto de 2006, pasado por las urnas con una escasa participación. A su resistencia a entender hay que añadir la auténtica vocación del presidente, que no es la de político proclive a resolver, algo que siempre implica riesgos, sino más bien un mero encargado de que todo siga el curso previsto, sin salirse de la pauta procedimental, un simple administrador que genera poca o ninguna confianza en el 80 por ciento de sus administrados, según el último barómetro del CIS.

Ahora el quietismo resistente de Rajoy se encara con la hiperactividad del independentismo, empeñado en diseñar una desconexión sin escapatoria con la construcción, al margen de la legalidad, de un espacio propio en el que, antes incluso de que llegue a materializarse, dejaría de regir la Constitución. Hay algo de bolivariano en ese «procès», empezando por la definición, en la misma ley del referéndum, de un nuevo sujeto político, el pueblo catalán, que perfila al soberanismo como el populismo más canónico que ahora se despliega en España. Venezuela no está tan lejos si se ponen en paralelo los procedimientos de Maduro para generar un nuevo órgano constituyente que le haga un traje a medida con los saltos legales en que incurre el catalanismo montaraz en su afán de ruptura. Con el agravante de que detrás de esa búsqueda de atajos, a costa de vulnerar incluso los derechos de la oposición, no están sólo los radicales de la CUP sino también aquellos que se autoidentifican como demócratas en sus siglas.

Rajoy lo fía todo a que ese oleaje rompa el primero de octubre contra su propio fracaso. Y al día siguiente, vuelta a empezar con un asunto con el que algo hay que hacer, aunque ahora, en pleno incendio, no sea el momento para el presidente.

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