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Viaje con nosotros

Dicen que las comparaciones son odiosas, pero como somos «el país que avanza en marcha triunfal» (sic), no nos puede hacer mella si no ganamos en alguna de las comparaciones con otros próximos, europeos, y socios.

En algunas naciones (o mejor dicho, estados federados) nos reciben bien y parece a simple ojo que las cosas funcionan, de otra manera, y con consumada eficacia. Hace poco hice un viaje de placer, para ver y oír cosas, pasear, y aprender, que nunca es tarde para asimilar algo bueno. Así que al llegar al aeropuerto de Zurich leí que «en 5 min. Llega su bagaje». No me lo podía creer, pero así sucedió. Y llegó sin desperfectos. En la sala se estaba fresco y no había ruido.

En las autovías suizas, donde no se paga nada. Todo fue fluido y en la frontera con Alemania ni se preocuparon por saludarnos. A los alemanes, la aduana móvil y sorpresiva de su país les retenía e inspeccionaba a fondo. Por si llevaban exceso de equipaje rumbo a los bancos suizos, que mala fama tienen ay!.

Comprobamos en 400 kilómetros que las autopistas germanas son gratuitas, que las reparan, que la densidad de tráfico es incomparable. ¡Cómo se mueve la mercancía! O los componentes fabricados en diversos países (da lo mismo, Croacia, Eslovenia, Turquía, Polonia, Italia?). ¡Ah!, ni un policía de tráfico. No hacen falta.

Tercera sorpresa, el hotel de 4 estrellas, a 150 euros noche. Y los restaurantes del centro de Nurenberg, con mantel y servicio, en la terraza o dentro, sobre los veinte euros. Y ellos ganan el doble. Desde hace un año Angela Merkel les ha subido el sueldo mínimo. Y en Suiza está en 2.100 euros. ¿Es comparable? Los precios de las rebajas en las tiendas buenas (con marcas caras aquí) eran harto favorables y sin aglomeraciones. Atención discreta.

Eso sí, prensa internacional solamente en la Estación central, enfrente del conjunto medieval, foso incluido, casa medievales restauradas y diversos establecimientos de ocio.

Dejo dos perlas para seguir. Un amigo que es entusiasta de Wagner nos arrastró al festival de Bayreuth. La ciudad es una maravilla, casi toda del siglo XVIII, restaurada. Tiene 60.0000 habitantes y llegan 60.000 turistas capaces de pagar los tickets (este año, por vez primera es podían adquirir por internet). Los entusiastas van de esmoquin y con traje oscuros, ellas con vestido de coctel o de noche. Los restaurantes luego de las 22 horas atienen a la multitud, y dan esmerado servicio, y alto nivel culinario a la bávara o de cocina internacional. Sobre 20 euros, insisto. Los primeros o entrantes son excesivos, de primera calidad. Los entrecôts maravillosos y el pescado fresco.

Y ahora España otra vez y volver a empezar. Llega uno al Prat y cae en un círculo del infierno. Ningún aviso, hay ya quien espera y desespera una hora. No hay aire acondicionado, no hay carritos (está de huelga también esa empresa). Y al cabo de hora y pico comienza a salir alguna maleta. Guerra de celo o guerra de nervios (no es por seguridad, no hay ninguna, atención inexistente). Luego he oído a un jerifalte de AENA decir que los trabajadores han de ser realistas. ¿Para quién trabajan? Que no cobren de mis impuestos. Que dimitan en cadena todos.

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