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Contienda simbólica

El cartel con el que la CUP y sus próximos invitan a la barrida en Cataluña abre la contienda simbólica, un terreno siempre fecundo que ganará protagonismo a medida que la acción del soberanismo, seguida de la reacción gubernativa, clausuren por completo el terreno de la política. El llamamiento cupero a la desobediencia preludia un tiempo de movilizaciones y protestas para presionar en favor de la consulta, un momento de preeminencia de la calle frente a las instituciones al que podría servir como culminación la Heroica de Beethoven sonando el 1 de octubre en el Auditorio barcelonés, interpretada por la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Puede ser sólo una coincidencia o el resultado de la voluntad del programador de sumarse al curso de la historia con una banda sonora que en su día fue anticipo del romanticismo, el caldo primigenio de todos los nacionalismos.

La batalla simbólica es una forma de escape, el consuelo ante el fracaso del deseo, la sublimación de la impotencia política. La CUP se inclina por modos visuales más propios de las revistas satíricas que animaban los años a caballo entre el XIX y el XX. Hay quienes advierten que el cartel guarda grandes similitudes con aquel en el que Lenin barre del mundo a reyes, popes y plutócratas. La estética es ya de por sí un aviso.

La izquierda radical que da cobertura parlamentaria al Govern de Puigdemont muestra las muchas cosas que caben en una sola pregunta. El sí a la cuestión «¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente en forma de república?», el asunto de la consulta imposible, incluye para la CUP un pronunciamiento contra el sistema capitalista, la banca, el patriarcado, la Iglesia o los partidos tradicionales. Las urnas del referéndum serían el punto de entrada a una nueva dimensión política, algo ante lo que empequeñece la simple desconexión de España. Enorme ha de ser la desesperación de los herederos de Pujol para acabar con semejante compañía.

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