El filósofo Adam Smith acuñó la metáfora de la mano invisible para hablar en economía de la capacidad autorreguladora del libre mercado. Es lo que se denomina como liberalismo, y que con carácter cíclico la historia nos recuerda que es una pura utopía, puesto que siempre es necesaria una determinada intervención del Estado para corregir los desmanes de un mercado que, por lo general, se muestra injusto y desigual.

En el caso del turismo, están comenzado a surgir fobias y filias, como una prueba indiscutible de esa necesidad de ajustar aquello que de una forma descontrolada, incluso puede llegar a ser autodestructivo.

Frente a esta realidad y necesidad de armonización, lo primero que debe quedar claro es que lo que ha sucedido estos años es fruto de una determinada coyuntura que está afectando negativamente a nuestro más directos competidores, de la que deberíamos aprovecharnos, y que como cualquier cosa, llegará su momento de recesión. A partir de ahí, no cabe duda de que estamos ante un sector que representa el 16% del PIB de nuestro país, lo que supone unos171.500 millones de euros, y que además, desde el año 2013 ha generado uno de cada cuatro puestos de trabajo creados, siendo así uno de los pilares sobre los que hemos asentado nuestra recuperación. Es decir, creo que sería razonable mimar algo que genera tanta riqueza para España, y de la que hemos sido incapaces de consolidar un modelo productivo alternativo.

Con todo ello, parece que queda claro que debemos alejarnos de aquellos que hacen bandera de una fobia desmedida e irracional, como la expresada por la CUP, Arran o grupúsculos similares en Baleares, País Vasco o Comunitat Valenciana, donde sus propuestas se basan en la «kale borroka» playera, la violencia o la expropiación de puertos deportivos, hoteles e incluso Port Aventura. Vamos, todo de lo más democrático.

Rajoy, Puig y la mayoría de opciones políticas han denunciado ese tipo de actos vandálicos, apoyando abiertamente el sector y poniendo el acento en la necesidad de resolver determinados problemas que vienen inexorablemente unidos al turismo y su exponencial crecimiento. Esto mismo ha ocurrido en muchos países de nuestro entorno, y nosotros no podíamos ser una excepción, y por eso, es bueno que nos preparemos para articular los instrumentos que canalicen de forma adecuada un turismo que necesitamos, y que a su vez, debe ser sostenible, eficiente y de calidad. No caigamos en la demagogia del discurso radical, ya que somos un país y unas gentes acogedoras, con unas tradiciones y cultura dignas de ser conocidas.