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Matías Vallés

Qué te ha hecho fulano

Nadie ignora que mi dentista es un ángel, por lo que mis parábolas odontológicas se refieren a colegas suyos. Cuando un paciente abandona dolorido el potro de torturas dentales, es inusual que el siguiente enfermo le recrimine al doctor:

— ¿Qué te ha hecho Fulano?

Se consideraría un grave insulto a un profesional que se ha esmerado para solucionar una situación peliaguda. La única diferencia deontológica entre el dentista y el periodista es que el segundo solo debe infligir dolor a quien se lo merece, frente al ecumenismo del primero. Sin embargo, cada vez que escribes un artículo crítico y singularizado en fecha reciente, sabes que el comentario más frecuente será:

— ¿Qué te ha hecho Fulano?

La réplica correcta sería:

— El artículo responde precisamente a lo que Fulano te ha hecho a ti.

Desde luego, no se trata de sermonear, por lo que recomiendo un encogimiento de hombros. En mi docta opinión, la proliferación del estribillo apendicular «qué te ha hecho Fulano» debe entenderse como la apoteosis del capitalismo, que los ingenuos llaman economía colaborativa. En el periodismo tradicional podía concebirse el altruismo en la crítica, con independencia del acierto en el hachazo. Desde la perspectiva economicista, la alusión personal se traduce por «más vale que Fulano te haya hecho algo grave, para justificar la energía gratuita que has derrochado».

Incluso para quienes abrigamos la convicción de que esta profesión nunca será tomada en serio, resulta exótica la insinuación de que cada reproche debe conllevar la promesa de un terrón de azúcar o una venganza. Las estocadas asestadas y recibidas se interpretaban como los frutos de una esgrima reglamentada contra los poderosos, tan habitual que a veces costaba ocultar la sospecha de fingimiento. La exigencia de que Fulano te haya hecho algo antes de proceder al despiece puede provocar una oleada de abandonos, aparte de que concede al Fulano de marras una notable ventaja de partida. De eso se trataba, tal vez.

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