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Javier Cuervo

En las Ramblas sucede la historia

A las Ramblas de Barcelona siempre les ha ocurrido la historia. La de ahora, la de la globalización, apila el turismo y el terrorismo de bajo coste. Uno llena las calles de visitantes y el otro mata peatones, gente de a pie, vidas que se van a paseo.

La globalización también ha bajado el precio de la vida humana en Occidente, donde más cotizaba gracias a la democracia, por el "dumping" que hacen cerebros alienados por el fanatismo religioso, por el pop asesino que pesca en las redes sociales y en internet o por cualquier forma de trastorno psiquiátrico grave que busca expresarse con la frivolidad del protagonismo urgente.

Rambla es la derivación al catalán de la palabra árabe "ramla" (arenal) y el terrorismo circulatorio una acuñación islamista que produce terror, sea de base, de célula o de particular con vehículo rodado. Las ramblas las construyó una muralla del siglo XV y la quema y desamortización de conventos en el siglo XIX, que permitieron edificios civiles y un paseo de la ciudad vieja que se fue adornando con hileras de plátanos, puestos de flores y de animales enjaulados. La vida ciudadana fue la corriente de lo que había sido riera.

Mis primeras ramblas fueron un edén cálido de gente distinta y de quioscos de prensa que saludaban con un toldo de "¡Hola!". Reconocí las esquinas de la literatura barcelonesa que hablaba de los marineros de Estados Unidos, de las putas del Chino, de los carteristas de tres continentes y el bulevar de las manifestaciones de rojos y de maricones -como gustaban llamarse entonces Ocaña, Nazario y otros hombres que se hablaban en femenino- del que contaban las revistas. En los bancos se sentaban tipos mediterráneos que se parecían a los personajes de los tebeos de Bruguera. Absorbí los olores de flores, fritos y tajeas y bajé por su anchura en un zigzag de quioscos de periódicos, de publicaciones internacionales, de novelas y cómics de saldo y de porno en varios formatos, intensidades y lenguas. Se oía hablar en inglés, francés, italiano y en español catalán, castellano, andaluz y argentino porque Barcelona era internacional. Se hizo global después, cuando se adornó con estatuas vivientes y llenó de turistas errantes, que es de lo que trata la historia ahora.

El terrorismo, hecho con odio o idiotez, es un raro negocio del enemigo que los nuestros aprovechan para hacernos peores. Para pasar estos días de pena esquivando la indignidad de los aprovechados recordaré la belleza de aquellas Ramblas, uno de esos sitios donde, al suceder tan intensamente la vida, ocurre la historia.

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