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Valor, razón y fuerza

Tristeza, sí. Impotencia, también. Rabia. Asco. Hastío. Confusión. ¿Miedo? No. Llevo un buen rato delante del ordenador pensando en cómo enfocar esta tribuna. Se me había ocurrido criticar la publicación de imágenes de los cuerpos de los fallecidos y de los heridos. También había pensando en escribir sobre cómo Barcelona es la mejor ciudad del mundo, muy bien definida por su alcaldesa como «abierta, valiente y solidaria». Sin embargo, me gustaría explicar por qué creo que no hay que tener miedo a los terroristas y por qué estos han perdido.

Tenemos la desgracia de convivir con individuos que esparcen el mal. Son muchos menos que nosotros pero, inevitablemente, están. Algunos lo hacen a pequeña escala y otros a una más grande. Los violentos a pequeña escala son aquellos indeseables que agreden verbal o físicamente a sus parejas, a sus hijos, a sus padres, que violan, que esclavizan a sus trabajadores, que acosan a sus compañeros de trabajo, que insultan a través de las redes sociales, o que participan de manifestaciones que incitan al odio ilícito contra otros humanos. El terror es la condición humana que les caracteriza, se alimentan de él, del pavor de las víctimas. Es lo que les ayuda a cumplir con su objetivo: controlar al otro, neutralizándole y posicionándose por encima de él.

Por otro lado, los que promueven el terror a gran escala lo suelen hacer con el fin de tener algún tipo de control económico y/o político. Ocurre con ese pedazo de tierra desgraciada, situada en un lugar geopolítico estratégico, que se llama Siria. Pasa también allí donde hay riquezas, como Oriente Medio y muchas partes de África (la República Democrática del Congo es un claro ejemplo) y Latinoamérica (Venezuela es quizás el país más representativo en la actualidad). Ahora también está teniendo lugar en la puerta de nuestras casas. Esas estrategias de terror nacen en la mente de algunos violentos ambiciosos y de unos psicópatas sociales que tiene poder para ordenar que se propague el mal. Posteriormente, el terror es ejecutado por los que cumplen órdenes, los que disparan balas y obuses, los que ponen bombas, los que atropellan con furgonetas, los que violan a decenas de mujeres sin que les tiemble la conciencia... Cuando el terror a gran escala llega a su destino hace daño físico y psicológico. Se pretende que las víctimas sean aquellas personas que lo padezcan en primera persona pero también los que sean testigos del acontecimiento a través de los medios.

Ahora, vistas las aberrantes imágenes y conocidas las informaciones, con todo grabado en nuestras retinas y cerebros, es un momento delicado. En este justo instante podemos hacer lo que quieren los que viven del terror: atemorizarnos, odiarles y dividirnos entre nosotros, la mayoría que desea el bien. O podemos hacer aquello que les vence: sentirnos fuertes, valientes, unidos, superiores desde el punto de vista moral y ético, creer en la justicia, recordar que la convivencia intercultural es enriquecedora si se plantea desde la integración y el respeto, expresarnos públicamente y decirles que no les tenemos miedo, que jamás van a derrotarnos, que su lucha estaba perdida desde el momento en el que la idearon, porque somos muchos más. Y eso ya sea en Barcelona, en París, en Bruselas en Estambul, en Bagdag, en Damasco, en Kinsasa, en Pekín, en Caracas, en Washington o en cualquier otra parte del planeta. El bien siempre acaba venciendo a los terroristas y a los gobiernos violentos porque está más representado. Es ahora cuando la tristeza, la impotencia y la rabia se tienen que transformar en razón y fuerza.

Un último apunte. Se supone que los motivos que han llevado a intentar generar terror a gran escala en Barcelona y en otros lugares del mundo en donde recientemente se ha atacado a ciudadanos inocentes son de carácter extremista religioso. Así lo promulga ese falso estado que dice ser islámico pero que más bien definiría como un gran grupo de mercenarios pagados por alguien con mucho dinero para generar terror y llegar así a algún tipo de control que, les aseguro, es económico y/o político, nunca religioso. En el seno de ese grupo, sin duda, se habla muy poco sobre teología y mucho sobre como repartirse el dinero que les llega para financiar su terror.

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