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La noche sin memoria

Marta: «Nunca olvidaré aquella madrugada tormentosa en la que, sobresaltada por los relámpagos y los truenos, salí de la cama para hacerme una tila y vi a mi abuelo sentado en el sofá del salón. Me extrañó porque a sus 87 años su cuerpo había empezado a desmoronarse y necesitaba ayuda casi para todo. Tenía su viejo álbum de fotos apoyado en las rodillas. Suspiraba».

«Había agitación en el cielo y también en aquellos ojos cansados rodeados por una piel en la que el tiempo había cavado profundas trincheras: 'Al tiempo no hay quien lo gane', repetía con frecuencia. Aquella madrugada de tormenta me acerqué a él sin que se diera cuenta y le miré durante un largo rato. Pasaba las hojas caídas del árbol de su vida llenas de recuerdos moribundos, recuerdos de papel donde latían rastros de sonrisas y una naturalidad forzada ante la cámara, en paisajes que ya no existían salvo en el proyector de la memoria. Aquella madrugada de tormenta vi llorar por primera vez a mi abuelo sin que él se diera cuenta de que había alguien al lado, medio ciego y medio sordo como estaba. Atrapado por los remolinos de la nostalgia, quizá de la tristeza, por qué no del abatimiento ante tantos renglones ya borrados de su vida».

«Atrapado por esas personas que conoció y que en muchos casos ya eran una ausencia, herido por una melancolía a punto de ser dañina porque se alimentaba de momentos que se desvanecían lentamente, de miradas que dieron cobijo a sentimientos, de sentimientos que alimentaron ilusiones, de ilusiones que trajeron luminosidad y alegría a muchas de esas fotos. Una madrugada de tormentas, mi abuelo cerró de golpe el álbum de fotos y yo volví a mi habitación mientras en la calle los relámpagos desgarraban una noche sin memoria».

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