Escribir es una excelente gimnasia mental. Redactar un informe, construir un relato o una columna de opinión, ayuda a clarificar las ideas y exponerlas de manera que sean comprensibles para cualquier lector, incluido uno mismo.

Sorprende a mis estudiantes la afición por compartir puntos de vista sobre temas de política económica y social y suponen, equivocadamente, que esta actividad, al igual que escribir poemas o relatos, debe implicar un esfuerzo que se detrae de las actividades profesionales. No es así, limitarse a las quinientas palabras, como me enseñara Ferrán Belda, para exponer una opinión o buscar la expresión para transmitir un sentimiento, ayuda a centrar las ideas, a separar lo importante de lo superfluo y mantener un hilo argumental.

El teléfono había desplazado al lenguaje escrito y solo las aplicaciones supuestamente gratuitas de mensajería, han recuperado la práctica de comunicarse a golpe de pulgares.

Gonzalo Anaya recomendaba a mis hijos mayores, sus nietos, que escribieran y que, caso de no tener ningún proyecto a mano, escribieran un diario, reflejando sus impresiones del día, relatando de manera sucinta los acontecimientos o las sensaciones que les aportó el momento y que lo hicieran para mirar dentro de ellos mismos a través de lo que miraban sus ojos y oían sus oídos.

El diario no es una práctica habitual hoy en día, aunque las redes sociales y los blog han venido a sustituirlos. Los diarios o las entradas de blog suponen un esfuerzo de síntesis y comunicación. Personalmente me confieso un fetichista de los llamados sketchbooks o libros de notas de artista, en los que a la palabra se une el dibujo, la imagen o la fotografía. Entre las joyas de mi colección se encuentran facsímiles de Frida Kahlo, de Paul Guaguin o ediciones de los cuadernos de Mali o del Tíbet de Miquel Barceló; así como guías de viaje escritas por acuarelistas y originales de Carmen Selma.

El viaje, el descubrimiento de nuevos lugares, es una excelente oportunidad para unas páginas en un pequeño cuaderno que servirán para fijar lugares y fechas y poder revisitarlas al cabo del tiempo o compartirlas; porque, a diferencia de lo que muchos piensan, el diario es algo que se escribe para un lector. Desconfíen de la confidencialidad de los diarios, incluso de los más íntimos. Escribimos para nosotros pero también para ellos, quienes un día los tendrán en su mano, por nuestro deseo o por casualidad y a través de su lectura, nuestras impresiones e ideas fluirán hacia los otros que las interpretarán a su manera, pues el texto leído incorpora la sensibilidad y la experiencia del lector a la del autor.

Escribir, al igual que leer, enriquece nuestra experiencia y por ello siempre estaré en deuda con los autores de cuanto leí y con los amigos como Jose Manuel Cano Pavón o Virginia Carbonell, que me permiten acceder a lo que escriben. Así pues, por favor, anímense a escribir y a compartir con los otros sus ideas y sus emociones.