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Matías Vallés

Muere al grito de "Alá es grande"

Una vecina de Subirats no se dejó arrastrar por el miedo escénico, al avistar a un individuo muy parecido al terrorista más buscado y que rondaba los viñedos. Cuatro días antes, Younes Abouyaaqoub había abandonado el volante de su furgoneta en La Rambla barcelonesa como un conductor de autobús tras acabar la jornada, salvo que con un reguero de un centenar de muertos y heridos a su paso.

El matador Abouyaaqoub, que renovó sus votos asesinos acuchillando a otro conductor para robarle el coche, se asustó ayer al ser imprecado por una vecina que reclamaba la propiedad en todos los sentidos. Hizo gala del cinturón explosivo de opereta, que solo le garantizó una muerte a tiros.

En el instante definitivo de la muerte, donde no cabe la mentira, los testigos presenciales aseguran que Abouyaaqoub declamó el «Alá es grande». La expresión está tan instalada en los espectadores de Homeland y de los telediarios, que no solo los alumnos de las madrasas saben traducirla por «Allahu Akbar». Hay otra versión, reflejada en la portada de Charlie Hebdo en la que Mahoma se lamenta de que «es duro ser amado por imbéciles». El autor de la viñeta fue tiroteado por islamistas, perdón por utilizar la palabra prohibida aunque tal vez el asesinato del caricato Cabu sirva de disculpa.

El quinto terrorista abatido en Cambrils tras acuchillar a media docena de veraneantes también evocó la grandeza de Alá, a poco de ser tiroteado. Los yihadistas se han empeñado en desmontar la doctrina oficial de que Barcelona´17 carece de vínculos con el islamismo. Con medio centenar de personas ingresadas en los hospitales, las autoridades pretenden un atentado limpio, que tal vez pueda descargarse sobre errores de las víctimas.

La muerte del autor material de la matanza de La Rambla no significa la clausura que la ejecución de Osama ben Laden pretendía para el 11S. El Gobierno demuestra especial insistencia en zanjar la matanza del pasado jueves. El ministro Juan Ignacio Zoido, imbuido del aire folclórico que embarga al gabinete en su conjunto, decretó ayer por segunda vez que en España no hay «riesgo de atentado inminente». En efecto, solo hay «riesgo de atentado evidente», dado que se produjo salvo que La Moncloa dictamine en sentido contrario.

Tener al frente de Interior a un personaje que disolvió al comando dos días antes de que se detuviera al autor de la matanza, para que Mariano Rajoy pudiera reanudar sus vacaciones, supone un «riesgo» que el país debería sopesar si está condenado a seguir conviviendo con el terrorismo islámico. Por el bien de la Justicia española, y por contraste con su desempeño ministerial, cabe esperar que las sentencias del juez Zoido dispusieran de un mínimo sustento lógico. El ideológico se le da por descontado.

En la larga lista de terroristas acribillados y detenidos, todos ellos escapados a las redes del ministro «de bajo riesgo», se pregunta cómo es posible que veinteañeros integrados y entregados a los vicios comunes de Occidente puedan radicalizarse hasta emprender la yihad. Tiene más interés la pregunta contraria. Qué poderoso ha de ser el influjo de las doctrinas islamistas radicales, defendidas como pacíficas por sus practicantes, para lograr una captación casi automática. Y cuánto dinero han invertido sus promotores, siempre próximos a las ricas naciones del Golfo. Sin embargo, ni la multiplicación de los «Alá es grande» ni el papel central ejercido por un imán autorizan a hablar de un terrorismo de inspiración religiosa.

Freud curó a Occidente del «narcisismo de las pequeñas diferencias». Por tanto, el estribillo «Alá es grande» en labios de los terroristas islámicos no condena a otros practicantes de la confesión musulmana. Sin embargo, les interpela personalmente por mucho que la izquierda pretenda desviar la conexión.

Cuesta acomodarse al terrorismo. En cambio, qué fácil es acostumbrar el cuerpo social a la paz. La inscripción de Barcelona´17 en la senda del 11M olvida que, con posterioridad a la matanza de Atocha, el país siguió soportando los coletazos postreros de ETA. Los atentados de Barcelona y Cambrils no son la primera acción yihadista desde 2004, sino el primer atentado de cualquier signo en lo que va de década. Este amargo despertar explica las dificultades para una correcta adscripción de los asesinos.

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