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Deja de darte largas

Clara: «Tuve una medio amiga aburrida de la vida que se divertía creando perfiles falsos en una red social para pescar incautos a los que volvía locos. Cuando se cansaba de ellos les confesaba la verdad antes de bloquearlos. No era más que un juego estúpido pero inofensivo porque no pretendía pasarse en la humillación ni les pedía fotos comprometedoras para atormentarles con la amenaza de hacerlas públicas. No era una vulgar chantajista y tampoco deseaba que sus conquistas virtuales llegaran a sentir algo ni remotamente parecido al amor. Por eso utilizaba siempre fotografías de bellezas espectaculares y remotas y en sus gustos dejaba claro que sus aficiones eran superficiales y que su personalidad tenía cierta tendencia a la cursilería y la simpleza. Vamos, que solo querían de ella lo que quieren los hombres vacíos, como solía decir mi madre, llena de decepciones que no dudaba en compartir conmigo para que tuviera bien claro que era un error sentir nostalgia por mi padre fugitivo.

Lo que no esperaba mi amiga es que entre esos tipos que se arrimaban a su mentira curvilínea y sensual apareciera de repente alguien distinto que, en lugar de lanzarle piropos cursis u obscenidades pringosas, le enviaba hermosas fotografías en blanco y negro de Nueva York, con frases escuetas pero cargadas de mesurado lirismo. Y todo porque mi amiga cometió el error de dejarse llevar por la nostalgia y subió una imagen del puente de Brooklyn tomada aquel amanecer en el que Ricardo, el hombre que la hizo detestar el amor verdadero, le pidió que se casara con él. No hubo boda por razones que no voy a desvelar, solo diré que la dejan a ella en muy mal lugar, sobre todo porque le dio la vuelta a los hechos de tal forma en su mente que el culpable en su versión acabó siendo él. Nunca se lo perdoné porque Ricardo se convirtió en mi marido (sospecho que pensaba que así la haría daño) y hasta el día de su muerte la siguió añorando. Cuando me contó sus juegos virtuales tuve la idea de ajustar cuentas y un día creé un hombre misterioso y lejano con el que empezó a bajar barreras. Y exponerse. Un amanecer me confesó que se estaba enamorando como una adolescente, y la bloqueé».

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