En el nombre del padre se conversa la vida, no se la fratricida. Tampoco un inocente muerto, en los campos civiles donde las guerras se escudan y se confunden, exige la venganza y el grito reparador de su víctima. «Matar en nombre de Dios es hacer de Dios un asesino». Lo escribió Saramago en In nomine Dei, una obra de teatro sobre la condición humana de pensar y la defensa de la conciencia frente a la imposición de cualquier dogma. Su frase debería haber tomado el jueves todas las pantallas del mundo on line, convertidas en ramblas virtuales, como un virus blanco contra el terrorismo que busca confirmar la violencia en un acto de fe. El botín de un asesinato coral por el que a sus soldados se les promete entrar en el diván de los héroes de una sura que se recita y se canta hasta transformarse en la oración detonante de un nuevo acto criminal. Es lo que se enseña en muchas mezquitas, clandestinas y no tanto, en las que la lectura de la sharia es una interpretación manipuladora que falsifica el espíritu de la rima y de la prosa del Corán, en beneficio de unos intereses políticos enfocados al odio hacia un enemigo, a la determinación de vencerlo y alcanzar la liberación. Ninguna religión es una espada, un cuchillo, una bomba, un fusil de asalto. Tampoco una furgoneta convertida en un desbocado caballo del Apocalipsis.

Sembrar el pánico no está escrito en ningún Libro Sagrado. Es necesario dejar claro el papel que representa la religión islámica, demonizada en muchos casos por desconocimiento, y curiosamente en otros mucho más tolerada que la católica por las ideologías de izquierdas que manifiestan mayor rechazo a sus costumbres e iconografía. Lo mismo que numerosos análisis internacionales niegan su condición de víctima en Irak, en Siria, en Egipto o en Yemen a manos de Al Qaeda, de Boko Haram o de Daesh. Hay que hacerlo, se sea practicante o ateo, porque muchos musulmanes fieles a sus dogmas rechazan que sus textos sagrados sean un manual de cruzada bélica contra Occidente. Otra cosa distinta es que los doctores de la religión, al igual que de la Historia, busquen deliberadamente una lectura desenfocada, reescrita y lentamente homologada, en madrazas, mezquitas y programas de televisión como Córdoba Tv -conocida por su proselitismo islámico wahabí- de los versos sobre la yihad del Corán y señalando la lucha contra el mal y su opresión, contra el imperialismo y su injusta agresividad. Algo que tiene cierta similitud con otros discursos políticos del fascismo nacionalista del siglo XX y del siglo XXI, extendidos igualmente en escuelas y arraigados en la construcción de un falso imaginario de la identidad.

El reclutamiento, radicalización e incitación de los terroristas del fundamentalismo ideológico del terror se hace generalmente en la red. Sus mensajes, estudiados por la Inteligencia Internacional, presentan al musulmán como víctima a través de imágenes, especialmente de niños, e informaciones sobre la muerte de civiles en diferentes conflictos bélicos. A continuación se culpabiliza de los hechos a Occidente -una acusación hasta cierto punto real-, y finalmente se incita al reclutado a ejercer como buen musulmán y a tomar parte activa del islamismo radical. Se lleva haciendo hace más de veinte años, desde la primera página web de Al-Qaeda Azzam.com hasta los foros más recientes como Al-Fida y Shumukh. Todos han reclutado a muchos jóvenes que transforman en muyahidines y a los que más que llamar lobos solitarios -que suena incluso romántico- habría que denominar perros rabiosos. Carne de cañón sin una formación cualificada, pequeños delincuentes de la droga, quejumbrosos marginados que anhelan ser corceles de una libertad equivocada, fáciles de adoctrinar por los guías espirituales o ideológicos que se alimentan de las trastiendas de las capitales europeas en las que no se ha sabido, ni se sabe, hacer frente al problema de adaptación de una población musulmana que no deja de crecer, divididos entre el enquistamiento en sus costumbres y atavismos y la permeabilidad en la cultura occidental en la que desarrollan su presente con futuro. El resultado es la existencia de barrios como los de Molenbek y Newhan en Bruselas y Londres, y su reverso en otros de diferentes ciudades españolas, también europeas, en los que los adultos y los niños hablan castellano o la lengua de acogida, apenas practican su religión, están perfectamente integrados, y a los que es deleznable estigmatizar.

Europa se está islamizando. Es evidente. Nuestra cultura se fragmenta atomizada entre la progresiva colonización norteamericana con su modas, sus hábitos, sus fiestas -pronto estaremos celebrando el Día de Acción de Gracias-, la pérdida de los valores de la Ilustración y su Humanismo, y el aumento de comunidades de musulmanes que en lugar de aceptar vivir el modelo socio cultural de Europa, enriqueciéndola con su mestizaje, utilizan nuestra tolerancia para ir adquiriendo zonas de influencia y reclamos de leyes que les reconozca como minoría distinta en pie de igualdad con otras creencias, pero sin formar parte del acervo cultural compartido con el resto de Europa. Un derecho para unos y un conflicto para otros. Aunque lo razonable para los que quieren vivir y mejorar en una sociedad avanzada en derechos humanos y sociales, en igualdad entre hombres y mujeres y en el avance de la laicidad, sería como defiende el analista británico Timothy Garton Ash que la condición de europeo fuese la identidad cívica dominante que permitiese sentirse a gusto a los musulmanes, en lugar de exigirnos nuestra islamización.

En caso contrario, el peligro de que el yihadismo se extienda será una realidad ante la que es urgente que la policía extreme seguridad en los espacios públicos; que trabaje estrechamente unida internacionalmente al igual que nacionalmente; aunque nuestra libertad sea el peaje por una seguridad con fisuras. Es importante que los gobiernos europeos reflexionen sobre las medidas económicas con las que se margina a los inmigrantes, acerca de su belicismo más allá en función de intereses ajenos y muchas veces oscuros de los lobbies financieros, que decidan qué tipo de relación internacional se establece con Arabia Saudí y Qatar, hipocresía blanca y banca en negro del terrorismo salafista. Y en España que hagan por una vez y ya política de Estado, juntos y en fuerza común contra el auténtico enemigo, dejando atrás los órdagos separatistas y gilipolleces como las del alcalde de Sabadell y su discurso de extirpar a Machado, a Goya y a Lope de Vega del callejero por ser fascistas españoles -un tipo de tamaña incultura debería estar inhabilitado para ser representante público-. Es vital también que en las madrazas, en las mezquitas y en las redes sociales los imanes, los académicos y los gobiernos islámicos eduquen a los más jóvenes, en su lengua y en su religión, con versiones alternativas del Islam a las que enarbolan los extremistas en forma de dictadura política armada en la frustración, la barbarie y la violencia. Nada tan eficaz como la cultura y el conocimiento a favor de la convivencia. La labor es difícil, compleja y lenta. El huevo de la serpiente lo tenemos dentro, y ponerle un rostro exacto no es fácil. A unos se les puede vigilar, otros son células fantasmas y algunos ni siquiera saben que están a punto de convertirse en asesinos nuestros. Ningún país está a salvo. En Barcelona toda Europa ha sido víctima, y la baraka estuvo de nuestra parte para que la masacre no haya sido más dramática y salvaje.

A nosotros, los ciudadanos, nos toca la madurez de impedir que el terrorismo nos secuestre bajo la oscuridad del miedo. Y que su amenaza psicológica y física cambie nuestro goce de convivir las ciudades, los monumentos, los espacios públicos, un café en el que descansar el tiempo o decidir el destino. Es cierto que en cualquier instante unos jinetes emboscados o el estallido de una bomba nos puede convertir en cristales rotos, y en rubrica del dolor en nuestro rostro. Pero la vida exige siempre vivirla con alegría, en libertad, en paz y con coraje. Esa es nuestra victoria sobre el terror.