A principios del mes de julio una cadena de televisión española emitió la película The American President, fechada en 1995, dirigida por Rob Reiner y protagonizada por Michael Douglas y Annette Bening. La película se presenta como una comedia romántica sobre las relaciones sentimentales entre una activista del medio ambiente y un presidente norteamericano viudo. Naturalmente, la película tiene un final feliz. Pero por debajo del hilo conductor de la trama subyace una representación de cómo gobiernan los presidentes de los Estados Unidos de América, sus relaciones con los congresistas, la importancia de las encuestas, el papel de los asesores en la acción presidencial y la gestión de la agenda legislativa por la presidencia. En el caso que nos ocupa las dos grandes leyes que subyacen en el romance entre presidente y activista son la reducción de armas en manos de los ciudadanos norteamericanos, que es la favorita del presidente, y la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, que postula la activista medioambiental.

El presidente tendrá que elegir apoyar una u otra ley y finalmente se inclinará por la ley medioambiental. La elección forma parte de la trama romántica, pero lo relevante que debe destacarse es que el ejercicio del poder supone optar y hacerlo, en muchas ocasiones asumiendo grandes riesgos, dejando de mirar las encuestas de manera obsesiva y poniendo en riesgo la permanencia en el cargo. En muchas ocasiones gobernar supone elegir entre proyectos igualmente importantes para conseguir que se conviertan en leyes.

Al margen de lo dicho se pueden obtener algunas enseñanzas importantes de dicha película. La principal sería que, lamentablemente, después de 22 años EE.UU. sigue teniendo los mismos problemas, problemas muy graves que ni los líderes ni la sociedad norteamericana han sido capaces de resolver. Se observa en los gobernantes norteamericanos déficit de liderazgo y en la sociedad norteamericana un considerable estancamiento o vuelta atrás como acredita la victoria de Trump. Y esa falta de liderazgo nos afecta gravemente a los occidentales. ¿Acaso puede anunciarse el declive del imperio norteamericano y su relevo por un imperialismo asiático? El tiempo lo dirá.

La posesión de armas de fuego, que es un derecho constitucional de los norteamericanos, es responsable de más de 30.000 muertes al año, algunas de ellas causadas por asesinatos múltiples de gran impacto internacional, o bien por policías que justifican sus acciones como consecuencia del temor a que las personas que detienen puedan dispararles. Hasta la fecha solo dos presidentes han abordado, sin éxito, este problema, Clinton y Obama. Estos presidentes no pretendieron modificar la Constitución norteamericana, habida cuenta de las dificultades que ello entraña, sino simplemente regular el derecho a la posesión de armas de fuego. Y aún así no lo consiguieron. Los intereses de los fabricantes de armas, que se apoyan en asociaciones tan poderosas como la del rifle, impiden las reformas más tibias de la legislación al respecto. El presidente de la película antes referida dice en una ocasión que está dispuesto a ir casa por casa de los norteamericanos recabando su apoyo para limitar la posesión de armas de fuego. Pero lo cierto, más allá de los deseos del presidente de ficción, es que el problema subsiste y nos indica que la violencia sigue formando parte de la cultura norteamericana, de manera que solo la educación, o si se prefiere la reeducación de los jóvenes norteamericanos hará posible en un futuro, que no parece inmediato, modificar la legislación sobre armas de fuego en ese país.

Sentimos alivio como españoles y europeos de no tener el derecho a portar armas y a utilizarlas, así como confianza en que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad velen por nuestra seguridad, si bien los incidentes que tienen lugar en los últimos tiempos en España harían recomendable una aplicación más rigurosa de la legislación en lo que concierne a las licencias de armas de fuego y al control de su posesión y utilización. Pero sobre todo hay que seguir educando a nuestros jóvenes en una cultura anti-violencia, para lo que es necesario la colaboración de los medios de comunicación audiovisuales cuyas programaciones debieran ser objeto de reflexión, pues parece casi milagroso que la mayoría de nuestros jóvenes no sean violentos teniendo en cuenta lo que se programa en nuestras televisiones.

El segundo de los asuntos que formaban parte de la agenda legislativa del presidente de la película en cuestión era la reducción de los gases de efecto invernadero. La película no era futurista, es decir, el problema de los gases de efecto invernadero no ha surgido ahora de repente, sino que ha sido detectado por los científicos mucho antes que la fecha en que la película vio la luz. El presidente Obama, 22 años después de que se emitiera dicha película se alineaba con la mayoría de estados industrializados al firmar el Tratado de París. La utopía soñada hace varias décadas se convertía en realidad. Pero la llegada a la presidencia de los EE.UU. de Trump ha supuesto la ruptura del sueño, la vuelta atrás, con la colaboración de los congresistas republicanos, sin duda sensibilizados por los intereses industriales norteamericanos que no contemplan entre sus objetivos el futuro de la humanidad. No deja de resultar patético que Trump se quedara solo en la reunión del G-20, celebrada a principios de julio de este año, anunciando su salida del Tratado de Paris, después de haberlo firmado. Más recientemente Trump, tras su visita a Paris (con motivo del centenario de la intervención de EE.UU. en la Primera Guerra mundial, visita en que su anfitrión, Macron, derrochó hospitalidad y firmeza), parece que está reconsiderando su postura, aunque habrá que ver en que medida es capaz de dar marcha atrás. EE.UU. es, en la actualidad, después de China, el mayor emisor de gases de efecto invernadero, se calcula que alrededor del 15% del total, de manera que su participación en el Tratado de Paris sigue siendo de considerable relevancia, pues no debe olvidarse que el porcentaje de sus emisiones es algo superior al de la Unión Europea. Pero la posición del resto de países industrializados es firme, como lo es la posición de la Unión Europea que, si persiste en esta posición, con la ayuda de Rusia y China, finalmente vencerá las resistencias norteamericanas.

Muchos piensan que Europa es decadente y que su futuro es incierto, y probablemente no les falta cierta razón. Los europeos, los españoles, tenemos problemas porque nuestras sociedades están vivas, y resulta imprescindible que afrontemos nuestros problemas con la determinación y la rapidez que el proceso de globalización exige. Y no menos importante es que EE.UU. afronte sus muchos problemas, algunos de los cuales lo son para el resto de la humanidad. Pues, aunque los norteamericanos tengan en la actualidad el ejercito más poderoso del mundo, su liderazgo esta en entredicho. Europa y EE.UU. deben caminar juntos en la búsqueda de soluciones para contradecir los aires de pesimismo que nos afligen en la actualidad. Tenemos lo más importante para poder afrontar los retos del presente y del futuro y para superarlos; un capital humano impresionante, como jamás ha sido conocido en la historia de la humanidad.