El centenario de la inauguración de un edificio tan importante invita a algunas reflexiones acerca de su estilo arquitectónico y del significado cultural que de ello se deriva. Como ha sido ampliamente divulgado, fue a partir de 1890 cuando se expande por toda Europa un nuevo movimiento ornamental, distinto al historicismo y a los eclecticismos precedentes, que vino a llamarse Modernismo y que en cada país adoptó una sucesión de peculiaridades y denominaciones distintas, aunque la más extendida fuera la de Art Nouveau, con sus formas curvilíneas, decoraciones vegetales y prolijidad de detalles. Entre sus características más singulares, se hallaron, la incorporación de nuevos materiales constructivos, especialmente el hierro, a la vista en grandes levantamientos, y la integración de las artes aplicadas: ebanistería, lampistería, cerámica, vidriería, cerrajería, fundición; desarrollando, además, un amplio abanico de nuevos catálogos industriales, que se extendieron desde un sinnúmero de elementos decorativos, hasta las artes gráficas. En líneas generales, el modernismo se prolongó hasta el fin de la primera Guerra Mundial (1914-1918).

Fueron años en los que, tanto la ciudad de Valencia, como la de Alcoi -en distinta medida- experimentaban un gran proceso transformador, incorporando a partir de 1900 determinadas peculiaridades innovadoras en sus edificios, si bien, entre nosotros, el modernismo se alternó, y en algunas construcciones se hibridó, con aspectos historicistas (como revival, neomudéjar, neomedieval, neobizantino o neobarroco) incorporando también elementos decorativos vinculados con la tradición local: motivos florales, frutales, marinos, o de la indumentaria y de la iconografía propia, proceso que se vio reflejado en la Exposición Regional de 1909.

Al considerar tan atrayente periodo desde una perspectiva histórica, se percibe un hecho que llama poderosamente la atención: la existencia en ambas ciudades de diversas construcciones muy notables, vinculadas al movimiento modernista austríaco, que poseía unas peculiaridades muy concretas, donde la funcionalidad y la belleza se entrelazaban con inspiraciones clásicas y líneas geométricas; y que dio en llamarse Sezessión, fundado en 1897, cuyo mayor exponente fuera el arquitecto Otto Wagner (1841-1918), autor, entre otras, de las estaciones para el metro de Viena y del famoso edificio de la Caja de Ahorros Postal de Austria.

Si bien la Estación del Norte, inaugurada en 1917, según el proyecto de Demetrio Ribes (1875-1921), presentado en 1906, se constituye en el edificio más importante de entre los vinculados con tan aventajada escuela vienesa, no fue el único, porque también lo estuvieron otros diseños suyos, como la casa Bigné, de Pérez Pujol 5; además de los Cinematógrafos Caro y la preciosa Casa Ferrer, de Cirilo Amorós 29, proyectados por otro destacado arquitecto del periodo, Vicente Ferrer Pérez (1874-1960); apareciendo, asimismo, relaciones puntuales con esa misma arquitectura, en otra gran edificación modernista: el Mercado Central (según proyecto de Alexandre Soler y Francesc Guardia, de 1911).

Referencias austriacas que, asimismo, fueron muy evidentes en las obras diseñadas por Timoteo Briet Montagud (1859-1925), tanto para su propia casa de Alcoi, en San José 24; como para el Círculo Industrial y el Matadero Municipal de aquella misma ciudad. Y, dentro del ámbito industrial, en la producción del mueble de la empresa de Francisco Romero Navarro, así como en los catálogos de la fabricación de lámparas para el alumbrado doméstico de distintas firmas valencianas, como, Mariner y Orts, y Enrique Mariner.

A mi juicio, es evidente que en un ámbito en el que se prodigó un modernismo, con frecuencia, ecléctico, incluso con alternancias de edificaciones historicistas, la presencia de la Sezessión vienesa en construcciones tan relevantes, le proporciona una singularidad muy especial. Y, en el caso de la Estación del Norte, con la afortunada peculiaridad, de que Demetrio Ribes supo incorporar belleza con una preciosa decoración de cerámica vidriada que lo hizo propio, utilizando en ella el trencadís y paneles diseñados por José Mongrell y Muñoz Dueñas, sobre motivos locales; si bien, encargó otro, a Manuel Benedito Vives, que no se llegó a incorporar, pero cuyo exquisito boceto a todo color, representado a unas valencianas portando flores y frutos, incluso con un seno desnudo, se subastó la semana pasada en Barcelona sin que hallara comprador.

¿Cuál fue el punto de partida, del influjo del estilo y de la escuela de Otto Wagner, que distingue tan bien, a una parte significada de nuestro modernismo?

Desde mi punto de vista, al menos en la ciudad de Valencia, pudo estar relacionado con la actitud de una familia perteneciente a la burguesía local. Me explicaré: en la segunda mitad del siglo XIX llegó a nuestra ciudad un muchacho austriaco, llamado Franz Goerlich Kuhnel, (1853-1930) -en algunos textos, Görlich Kuhnel- estableciéndose como comerciante e importador de objetos de su lugar de origen: Welnitz, Bohemia, negocio alternado con la exportación de productos locales, actividades con las que pronto adquirió una solvente situación económica. El joven emprendedor pronto conoció a la hija de una destacada familia de larga tradición sedera, con la que, con el tiempo, contrajo matrimonio: Asunción Lleó Sancho, decidiendo construir el primer pasaje comercial cubierto, en la calle de Zaragoza -actual plaza de la Reina- estableciendo allí el Bazar Viena, como «almacén de novedades», que incluía productos importados de Bohemia, y asimismo, revistas y publicaciones austriacas que, en tiempo real, presentaban a final del siglo, las últimas innovaciones del estilo Sezessión: Wiener Ilustrierte, Moderne Baukunst o Moderne Architektur, (escrita por el propio Otto Wagner), consultadas con avidez, por aquellos arquitectos e industriales interesados por las últimas aportaciones europeas. Franz Goerlich fue nombrado cónsul del Imperio Austrohúngaro en Valencia y, ni que decir tiene, que sus relaciones sociales fueron intensas, entablando contacto con personalidades notables y que, por tanto, a través suyo tuvieron acceso a tantas informaciones directas que indujeron a conocer y a apreciar tan importante estilo constructivo. En ese ámbito se hallaban los comentados arquitectos, que disfrutaban del cénit de su carrera. Y, aunque fueran a París en 1900 y a Turín, en 1902; en aquel ambiente propio, de revelación cultural, se desarrolló el proyecto de ese prodigio funcional, que es nuestra Estación del Norte.