Avanzamos en torno a un mundo cada vez más globalizado que unido al desarrollo de internet no deja de plantear nuevos retos en lo económico, político y social.

En la era de la aldea global, la crisis del Estado-Nación es un hecho: las fronteras se diluyen en pro de una sociedad cada vez más interrelacionada que plantea tantos beneficios como desafíos. Una realidad que, en el caso de la lucha antiterrorista, requiere de una acción política internacional altamente coordinada. Ello contrasta con la descoordinación interna que, al parecer, se ha producido entre las diferentes fuerzas y cuerpos de seguridad en relación al atentado de Barcelona. Por no hablar del intento de relacionarlo con el proceso soberanista, lo cual es una tremenda irresponsabilidad, un capricho político que pone en riesgo la defensa de la democracia: nuestro valor más preciado frente al fundamentalismo. Nos enfrentamos a un fenómeno terrorista que también es global y del que sabemos que, buena parte del adoctrinamiento y radicalización se lleva a cabo a través de la red.

Internet establece un marco del que emergen nuevas estructuras de poder tanto en el espacio físico como en el virtual. Una realidad en la que no es posible obviar el papel de las redes sociales. Así, tras el atentado, el ciberespacio se convirtió en un universo de información con una amplia capacidad de comunicación en positivo y en negativo: tanto la veracidad como los bulos fluyen a través de internet con una rapidez que hace de las redes sociales una herramienta tan útil como peligrosa.

Vivimos en un nuevo orden global. Entendemos que la red es el punto de partida para explicar numerosos fenómenos interrelacionados sin tener muy claro cuál puede ser el de llegada. La velocidad a la que avanza la tecnología es mucho más rápida que la capacidad de respuesta frente a los desafíos que ello plantea. Una modernidad de la que surge el interrogante de si sabemos a dónde vamos.