Que la delincuencia es una rama de la política es algo casi estructural, y más en estas épocas en las que la fórmula democrática se ha convertido en una moda social, histórica y filosófica indiscutible y, por tanto, también su sombra, la corrupción. Consustancial al que manda es la prebenda, puesto que gobernar es disfrutar de la prebenda discrecional de decidir el futuro social, mediante actos que cuestan poco (como los emperadores romanos cuando viraban su dedo hacia abajo) pero dejan mucho dinero a lobbies, allegados, grupos políticos afines, etcétera. El hecho de que, en democracia, cada cierto tiempo haya cambios, no incluye que desaparezca esa naturaleza humana que tiende a la sinecura, sino que ésta se perpetúa en los grupos o partidos, y se redistribuye el beneficio entre varias familias, es más, lo que puede provocar la democracia es la mayor rapidez con la que trasiegan las bocas de congrio, prestas a tragar lo que sea, antes de que desaparezca la oportunidad de cada cuatrienio. Es así que la corrupción existe menos en una dictadura, pues en ese sistema de gobernanza la preocupación es más por gestionar la violencia, y el reparto de la propiedad pasa a segundo término. Establecido esto, fijémonos en un texto de un psiquiatra polaco, Andrzej Lobaczewski, publicado en inglés en Red Pill Press, 2006, con el título de Political Ponerology: A Science on the Nature of Evil Adjusted for Political Purpose. Ponero es la palabra griega que designa al mal, y Lobaczewski lo comenzó a estudiar desde un punto de vista psiquiátrico, pero saliendo al contexto social, para determinar qué tipo de personas, imbricadas en el mal por naturaleza, lograban liderar a ciertas masas con su comportamiento nulamente empático.

Lobaczewski comenta: «En cualquier sociedad de este mundo, los individuos psicopáticos y algunos de los otros tipos de desviados crean una red activa ponerológica de convivencia común, parcialmente extraña de la comunidad de persona normales». Y sigue: «Podríamos enumerar varios nombres atribuidos a tales organizaciones -pandillas, turbas criminales, mafias- que astutamente evitan choques con la ley mientras buscan ganar su propia ventaja. Tales uniones frecuentemente aspiran al poder político para imponer su legislación conveniente sobre las sociedades, en nombre de una ideología convenientemente preparada, sacando ventajas en la forma de una prosperidad desproporcionada y la satisfacción de su anhelo de poder». Esta es una definición del comportamiento y razón de las que denomina Lobaczewski «asociaciones ponerogénicas», como lo es cualquier partido político que, en origen, siempre se enmascara detrás de la careta de entrega por el bien común, no por otra cosa sino porque la naturaleza gregaria inviste a todos los ciudadanos de esa creencia ingenua en seres que les quieren hacer altruistamente el bien, como las ovejas cuando tiran detrás del líder o delante del perro que las guía. Lobaczewski habla de que las pandillas siempre han proporcionado oportunidades a los jóvenes psicópatas, y en una extensión sociológica no es en vano decir que los partidos políticos siempre han proporcionado grandes oportunidades a los medrosos y parásitos sociales.

Lobaczewski habla de que la tendencia del asociado ponerogénico es egoísta, insensible, egocéntrica y agresiva, concentrándose en los pandilleros como ejemplo bruto, pero si observamos a los partidos políticos, la naturaleza ponerogénica llama justamente a miembros egoístas, insensibles, egocéntricos, y con un grado de agresividad escénica, desplegada, por ejemplo, en las mascaradas de los mítines. Vanita vanitatis. La propuesta filosófica de Nietzsche en Así habló Zaratustra es la misma, pero como una lucha individual, un apretón evolutivo del ser, un ser que se pega virtualmente con su propia naturaleza culpable, para intentar erigirse por encima del ahormamiento social e histórico, del que nace y sobre el que se aúpa. En el caso de la ponerogénesis, el nietzscheanismo salta al grupo, se apodera de él, sonsaca del psico-líder su poder hipnótico sobre las ovejas, permitiéndose llamarlos incluso así: ovejas, corderos, para señalarles cuál debe ser su comportamiento, su sumisión. El psico-líder ponerogénico utiliza la culpa para sojuzgar a sus súbditos, y los arrastra siempre con los símbolos colectivos de patria, dios, rey, república, pueblo? lo mismo da. Y así disfrutamos de esa circunstancia natural, nacida del mismísimo mal, el mal substancial, el líquido nutriente sobre el cual se erige una sociedad compuesta de muchos corderos que son como tentáculos bajo la égira de la cabeza del octopus, dentro de la cual vive el espantoso líder ponerogénico. La sociedad humana es eso: un monstruo leviatánico que se mueve gracias a los miles o millones de esclavos totalmente dominados por la culpa, producto viscoso que termina por oxigenar y compactar ese ente al que se llama Estado, que mira sólo por su bien propio, pero hace creer a sus estúpidas células culpabilizadas que todo lo hace por ellas. Lobaczewski plantea que el porcentaje estadístico de ese grupo de individuos psicológicamente desviados (forma de denominar a los individuos des-empatizados) es de entre un 4 y un 8 por ciento. Pues eso: la dictadura es la ponerogénesis en estado puro, y la democracia es la ponerogénesis enmascarada como el lobo de Caperucita. ¡Así habló Zaratustra!