Vivir en un pueblo es el paradigma contrario a los modos de vida que nos impone la falsa modernidad. Existen en España más de ocho mil municipios en los que se vive de una forma más humanizada; donde sus habitantes todavía se reúnen en plazas, bares e iglesias. En el medio rural dar un paseo no tiene más objetivo que disfrutar de la naturaleza o contemplar las estrellas. En los pueblos el reloj se para, la sencillez se convierte en felicidad y cualquier persona tiene su lugar. En la novela El Camino, de Miguel Delibes, Daniel el Mochuelo se ve obligado a abandonar su pueblo para convertirse en cómplice de un progreso de dorada apariencia pero absolutamente irracional, en palabras del ilustre escritor. En 1975, en su discurso de ingreso en la Academia, se quejaba Delibes del abandono del mundo rural por una sociedad despersonalizada, pretendidamente progresista pero de una mezquindad irrisoria. El pueblo es la medicina natural contra el estrés, el desasosiego urbano y la incomunicación. Como decía la canción: un pueblo es abrir una ventana en la mañana y respirar.

De muy niño tuve el primer contacto con el mundo rural. Fui con mi familia de excursión a Orihuela del Tremedal. Viajamos en un Seat 850. Todavía guardo en mi retina aquellas imágenes impactantes de las calles empedradas y polvorientas, casas rústicas, animales en los corrales e incluso gallinas por las calles escarbando y cacareando. El chiflo del afilador, el machaqueo del herrero o la corneta del pregonero eran sonidos completamente diferentes a los de Valencia. El olor a leña se entremezclaba con el aroma a pan cocido. El mundo rural conquistaba para siempre a un niño de ciudad, a lo que contribuyó también la mítica serie de TVE Crónicas de un pueblo. Después de aquella población llegaron otras: Alcalá de la Selva, Altura, Chelva, Biescas, Torrebaja y muchas más.

A finales de los sesenta comenzó el éxodo a las ciudades, nuestros pueblos fueron despoblándose convirtiéndose en residencias veraniegas. En Vea, una aldea abandonada de Soria, se descubrió recientemente un grafito que decía: «Se ha terminado el pueblo, se ha terminado la fiesta». Marcos León escribió este epitafio el 21 de octubre de 1962 sobre el coro de la Iglesia, actualmente en ruinas. Los pueblos resisten únicamente al ritmo que sobreviven sus escasos y heroicos habitantes. De 8.125 municipios la mitad están en peligro de extinción. Este es un problema gravísimo para España, la esencia de un país reside en sus pueblos; si desaparecen, nuestra identidad se deteriora y nuestra memoria histórica queda diluida entre ruinas.

Los motivos de la despoblación son evidentes: escaso trabajo, envejecimiento, falta de servicios y baja natalidad. El éxodo rural es una de las causas del aumento de los incendios forestales que hasta 1968 no constituían un problema. ¿Qué ofrecemos a las nuevas generaciones en el mundo rural? ¿Existen políticas efectivas de fomento de la natalidad? La lógica nos dice que habría que discriminar positivamente a los municipios en peligro de desaparición. Tendríamos que aplicar el artículo 174 del tratado con la UE que promueve el desarrollo armonioso del conjunto de la Unión.

España ha descuidado al mundo rural y al sector agrario. Urgen políticas imaginativas si no queremos que el suicidio rural sea un hecho: alquileres bajos, tierras para explotar, apoyo a los productos locales, turismo rural, despliegue de renovables, actividades culturales e incentivos a emprendedores en zonas deprimidas. Nuestros pueblos son bibliotecas vivas del saber, no podemos permitir que desaparezca su riqueza y se conviertan en fantasmas del pasado.