Se puede trabajar por dinero o con la secreta intención de cambiar el mundo. En realidad, el trabajo es la parte más importante de nuestra esfera social y nos socializamos fundamentalmente a través de nuestra actividad laboral. Dejo aparte la familia, pues, a pesar de las infinitas satisfacciones y algunos disgustos que provoca, es un espacio muy reducido.

Evidentemente, todo trabajo debe llevar aparejada una compensación económica pero se equivocan quienes ponen el acento en este aspecto. El dinero es un elemento indispensable para asegurar los mínimos vitales que permitan la subsistencia física y síquica de los seres humanos; por eso la legislación de los países democráticos debe asegurar dichos mínimos a todos los ciudadanos sin excepción, pero ni la felicidad se compra con dinero ni hay una relación proporcional directa entre esas dos variables. Por el contrario, la satisfacción del trabajo hecho con esfuerzo en beneficio de los demás nos acerca a la felicidad y permite que disfrutemos de ese tercio de nuestro tiempo que dedicamos a la comunidad.

Quien lea estas líneas se preguntará si hablo de un trabajo en particular, digamos el ejercicio de la medicina, la enseñanza, alguna actividad social con los más necesitados€. Incluso alguno se preguntará si trato de alabar el ejercicio de la política. Sin excluir ninguna de las actividades mencionadas, lo cierto es que no me refiero a ninguna en particular. En concreto, se me antoja que aquellas actividades profesionales que se suponen altamente vocacionales son las que corren más riesgos de desnaturalizarse cuando la avaricia desplaza a la intención de servir a los demás.

Si hablamos de política tendré que reconocer la fortuna de quienes lograron un puesto de senador, diputado, alcalde o concejal, pero no se engañen, la presencia en los órganos de decisión y de gobierno proporciona herramientas soberbias para cambiar el mundo, pero el enjambre de títeres de la política que se pliegan a los intereses de las empresas y las direcciones de los partidos, o a su propia ansia de forrarse, desnaturalizan bastante las expectativas.

Cuando hablo de cambiar el mundo pienso en el panadero, en la sonrisa de la cajera de Mercadona, en quien nos ayuda en casa, en la persona que recoge las basuras cada noche, en quien barre las calles, mantiene en funcionamiento la red eléctrica o internet; en quien se preocupa si en nuestra cuenta bancaria apareció un apunte equivocado o no esperado€ Todos ellos nos hacen más fácil la vida cada día y, a su manera, con las herramientas de su profesión bien hecha, contribuyen a hacer mejor este mundo.

Ya ven lo fácil que es mejorar el mundo que recibimos de nuestros padres, basta hacer con seriedad y alegría el trabajo de cada uno, pensando en los demás, siendo generosos con los que dependen de nosotros y sin servilismo para los que, se supone, están por encima. Anímense a la causa de cambiar el mundo, el salario al lado de esto es una compensación pueril.