Si no se tratara de un asunto de la máxima gravedad para el país, el trapicheo que se traen el Gobierno de la nación y el Gobierno de Cataluña, podría entenderse como un juego, hasta si se quiere divertido. Pero no es el caso porque, además de la importancia intrínseca del asunto en cuestión -nada menos que la independencia o no de una región tan entrañable e importante para España, y para los españoles, como es Cataluña- se está utilizando para la coerción de la actuación contraria a la ley del independentismo, exclusivamente al Tribunal Constitucional, que, a pesar de la reforma de la ley que lo regula, es claramente insuficiente para que tal cometido pueda tener éxito.

Omitir sistemáticamente la aplicación del artículo 155 de la Constitución es un grave error, pues lejos de persuadir a los independentistas más radicales, les está envalentonando, vista la debilidad mostrada por el presidente del Gobierno. Máxime cuando portavoces señalados de su propio partido han calificado de golpe de estado la actitud del presidente Puigdemont. Se podría añadir que de golpe blando, pero al fin y al cabo, golpe de Estado, sin duda alguna.

Los hechos sistemáticos y contumaces de los dirigentes públicos catalanes, desde hace excesivo tiempo, son claramente susceptibles de aplicarles las previsiones legales de la citada norma: no cumplen las obligaciones que la Constitución y otras leyes les impone, ni por supuesto la resoluciones de los tribunales, y actúan de forma que atenta gravemente al interés general. ¿A qué se espera, pues, para actuar políticamente, gubernativamente? ¿A que se pudra más y más la situación? ¿A que la debilidad que muestra el Gobierno central sirva para enfervorizar a los más radicales? ¿A que la actitud, una vez más, vacilante del PSOE, estimule a los independentistas?

Es lamentable que hayan de ser el PP y sus representantes los que hablen sin tapujos de la unidad de España, mientras la izquierda, y Podemos, destacadamente, una vez más, de manera increíble, cuando debería repudiar la constitución de cualquier frontera por su supuesta vocación internacionalista, se dedica, sistemática, consciente o inconscientemente, pero de forma paladinamente errónea, a construirlas, so pretexto de un supuesto derecho de autodeterminación, cuya aplicación a Cataluña, no es más que una trasnochada quimera. Absolutamente penoso. ¿Y luego se preguntan por qué, a pesar de todo, Rajoy sigue ganando elección tras elección? ¡Qué estulticia tan inmensa!

Así no se debe gobernar ni hacer oposición. Puede darse lugar a que salte sobre el ratón un gato sin disposición de juego, y el asunto termine en catástrofe.