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Duermevela

Adiós a John Ashbery, el poeta que sólo aspiraba a descubrir lo que sabía

John Ashbery muere de viejo. Y a los 90 años, nada menos. El norteamericano, que nos ofreció una versión posmoderna de la poesía democrática de Walt Whitman, no escribía himnos, pero a su manera dio voz a los Estados Unidos de su tiempo, como había hecho un siglo antes el cantor neoyorquino. Y con mayor éxito: con su "Autorretrato en espejo convexo" (1975) consiguió la rara proeza de hacerse con los tres premios más cotizados de su país: el nacional, el de la crítica y el Pulitzer. Fue gracias al largo poema homónimo, una de las piezas capitales de la literatura del siglo XX. Un poema que identifica el "modo Ashbery" pero no lo encarna, pues detrás de su aire de improvisación se esconde una estructura férrea y plenamente consciente. Es una investigación ordenada. No es así el tipo de poema que Ashbery ensayó una y otra vez en sus más de veinte volúmenes de poesía: esos largos flujos de conciencia que no sabemos quién emite ni a quién se dirigen; indagaciones en lo intrascendente, volcados de un lenguaje que, de tan usado, ya no significa. En realidad, la cualidad "democrática" de su escritura se reduce al empleo de ese lenguaje, que él trufaba de jergas de la más diversa procedencia, y a una sintaxis tan clara como la del periodismo. Lo que nos hurtaba era el plano referencial y el móvil de un proceder tan reluctante. Nunca quiso explicar por qué escribía así, pero dio alguna vaga pista. Ésta, por ejemplo, citando a Joyce Carol Oates: "Para descubrir lo que sé". O esta otra (cito de memoria): "Si le dices al lector algo que ya sabe le estás tomando el pelo". Mi impresión personal es que Ashbery quiso explorar esa región del cerebro donde las operaciones mentales no están sujetas a control. Una suerte de escritura automática sin onirismo (de duermevela) que succiona todo lo que se le acerca. Lo que pensamos cuando no estamos pensando, entendiendo por pensamiento el fruto de una operación para arrojar luz sobre una zona oscura. Ashbery, sospecho, pensaba que esa actividad cerebral libre, en la que las asociaciones son tan fugaces como inasibles, puede decir más sobre nosotros que la otra: descubrirnos lo que sabemos. Por oscuro que permanezca. Huelga decir, por tanto, que Ashbery, poeta norteamericano, le debía mucho a la poesía europea; sobre todo, a la francesa (Rimbaud, los surrealistas). Al primero lo tradujo y a los segundos se los trajo en la maleta cuando regresó de su estancia parisina. Como a ellos, para apreciarlo es mejor examinar lo que dice que intentar averiguar lo que quiere decir. Opaco, abstracto, hermético son adjetivos con los que suele etiquetarse su poesía. Pero tenía cara de pájaro, como Eliot y Beckett, y ya se sabe que el emperador Carlos decía que el inglés, su lengua, es la más adecuada para hablar con las aves (más precisamente los patos, según algunas versiones). Así que supongo que, demócrata y todo, desde el fondo aspiraba a lo más alto y sentía nostalgia de los dioses. Buen viaje.

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