Comenzamos un nuevo curso académico y un nuevo curso político, posiblemente el más complicado y trascendente desde que nuestra Constitución fue aprobada en 1978. Resulta difícil comprender para los españoles con un cierto sentido común y para los valencianos en particular, que la situación política y la económica actual sea parte del destino que nos merecemos.

Ha sido el destino uno de los temas controvertidos desde la antigüedad clásica y debatido por los filósofos entre una fuerza sobrenatural que predetermina todos los acontecimientos en la vida de las personas y de la que no podemos escapar, y aquellos que mantienen la tesis del libre albedrío en la que cada uno condiciona el discurrir de la vida con sus propias decisiones y con la influencia de las decisiones de los demás. William Shakespeare lo resumió muy bien: «El destino es el que baraja las cartas pero nosotros somos los que jugamos».

Hace unos días, el ministro Cristóbal Montoro, más reprobado que admirado, tenía razón en unas declaraciones realizadas en su visita a València. Los problemas de una injusta financiación no se arreglan llorando ni organizando manifestaciones con viaje y merienda incluidos. La reciente experiencia en la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado nos ha demostrado cómo se obtienen las cosas en una democracia como la española. Los valencianos estamos como estamos como resultado de las cartas que hemos venido jugando. Rasgarse ahora las vestiduras y manifestar que todos los españoles tenemos que ser iguales es de muy escasa utilidad. Ni todos los españoles hemos venido siendo iguales ni lo seremos en el futuro. Ni ante la economía ni ante la ley. Y este es un tema capital que la pedagogía política, que aquí no la ha habido, debía haber inoculado en el pueblo valenciano. En los últimos años, el relato valenciano ha consistido desde convencernos de que éramos la locomotora de Europa y hacernos creer que somos el ombligo del mundo a tener una deuda insostenible por el maltrato del Gobierno central y no por nuestra mala cabeza.

De las múltiples y descabelladas actuaciones que nos pueden servir como metáfora tenemos la construcción del nuevo estadio del Valencia CF. De lo que iba a ser el mejor estadio de Europa, pregonado en su presentación a bombo y platillo, a tener un estadio en ruinas y una entidad deportiva señera comprada por un respetable chino al que le importa València un soberano pepino. Y así estamos. Cada autonomía o territorio, como les llaman ahora, tirando de la cuerda para sí y los valencianos con menos fuerza política que nunca y desgastados por nuestros propios excesos. Hablando del destino quizás pueda ser aplicable a la Comunitat Valenciana la sentencia del gran escritor Octavio Paz: «Tal vez busca su destino. Tal vez su destino es buscar».