Creo recordar que fue G. Deleuze quien dijo aquello de «bodas pero no matrimonios». Consulto a Juan Armenteros, mi Siri particular y profesor de Filosofía en el IES El Saler (que ya quisiera Appel en su claustro): «El texto es recogido en 'Diálogos', obra conjunta con Claire Parnet», indica. El matrimonio extermina las líneas de fuga amorosas, el rizoma, quizá porque la pasión sólo entienda de cuerpos sin órganos. Adentrarse a bocajarro en la portentosa mente deleuzeana podría abocarnos al suicidio -en 1995 nuestro pensador francés así lo haría- por lo que, de manera preventiva, daremos un giro hacia un tipo harto mediocre, aunque gracioso: el doctor Estivill, neurólogo mediático.

El susodicho da consejos a los matrimonios, el último de ellos muy cachondo: «Las parejas funcionarían mejor si durmiesen en camas separadas». Uno piensa si esta ocurrencia la compró en un bazar de chinos, pero, tratándose de un científico reputado, suponemos que la cosa irá en serio. Tantos siglos de tratados sobre ética y convivencia para concluir que la felicidad depende del colchón. Asegura Estivill que cada sujeto precisa de uno determinado. Como el cerebro, vamos. ¿Usted comparte su cabeza? ¿Y por qué sí el colchón? Matiza que dormir separados beneficia la salud. Ya, pero, ¿y el romanticismo? Esas noches tórridas en las que dos cuerpos -o cuantos sean- comparten efluvios varios, empapando las sábanas en la alegría y en la tristeza, ¡hasta que la muerte nos separe! El secreto de la perdurabilidad matrimonial reside en la lejanía, toda una paradoja existencial.

Nada dice Estivill, en cambio, sobre las ventajas de desconvivir. Esto se aproxima mejor a aquello de «bodas pero no matrimonios». Antes del casamiento, la vida se presenta horizonte de posibilidades, asoma un futuro prometedor, ilusionante, cargado de proyectos que difícilmente cumplirá alguien. Cuando uno se rejunta encarnando la hortera metáfora de la media naranja, los demonios del día a día conspiran para convertir nuestro transitar vital en un agrio limón. El aburrimiento dilapida el matrimonio, soporífero de por sí. Casarse, ¡qué ponzoña! Disfruten de sus bodas duerman juntos o separados.