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Entre la indiferencia y la maidán catalana

El llamado procés catalán ha entrado en ebullición. Hay quien opina que en unos días se convertirá en gaseoso y muchos otros entienden que sea cual sea el desenlace final dejará heridas difíciles de restañar en la propia sociedad catalana y condicionará en grado extremo el futuro de la política territorial española e incluso europea.

Lo que está a punto de culminar en estas preotoñales fechas, a una jornada de la Diada y a tres domingos para el referéndum independentista, es en realidad una doctrina de largo aliento: la construcción emocional de la nación catalana contemporánea que los historiadores habrán de abordar en tres fases decisivas.

Primero fue la resistencia de los pequeños grupos nacionalistas durante el franquismo que terminaron amparados en dos ámbitos en principio contradictorios pero que terminan coexistiendo sin fricciones, la abadía de Montserrat y el PSUC. La segunda etapa fue protagonizada por la emergencia electoral -inesperada- del partido nacionalista organizado en torno a Jordi Pujol y la democracia cristiana, una derecha -y esto es muy importante- sin máculas franquistas, cuya pujanza fue tal que irradió al resto de partidos catalanes, incluyendo la filial del todopoderoso PSOE, cuya mala conciencia charnega le llevó a dejar la dirección del PSC en manos de ilustrados miembros de la burguesía catalana con mayor pedigrí. El pujolismo y su idea del «pas a pas» (paso a paso) dio para controlar el sistema educativo, las subvenciones y los medios de comunicación. La inmersión era posible ante la indiferencia del Estado español, incapaz de generar empatías catalanas a lo largo de cuatro décadas, interesado únicamente en utilizar los votos catalanistas cuando eran necesarios para obtener el poder en el epicentro del país.

El tercer y último capítulo se desarrolla desde la constitución del tripartito liderado por Pasqual Maragall, la toma del control de Convergència por parte de Oriol Pujol y el consiguiente viraje de todo el clan pujolista hacia el abrupto monte del independentismo. Hasta hoy, con la gente preguntándose con cara de estupor qué pasará.

En la medida en que el nacionalismo catalán fue dominando los más importantes resortes del poder en Cataluña, la construcción del relato en torno a la nación catalana ha ido ganando peso hasta convertirse en hegemónico. España no ha tenido espacio afectivo en Cataluña, ni espacio político en los últimos tiempos. Más aún, España se ha adherido allí a una idea tan simple como banal: España es franquista, facha, carca, antigua, ajoarriera...

Poco ha importado que la industria española del libro estuviera radicada mayoritariamente en Barcelona, que los editores de la literatura castellana más moderna tuvieran apellidos como Tusquets, Casals, Herralde Grau o Bruguera€ como tampoco consiguió cambiar el rumbo de ese otro procés de largo recorrido la celebración de las Olimpiadas del 92 ni que un manchego del Barça diera a España el Mundial de fútbol en 2010€

El catalanismo terminó por convertirse en una ideología mayoritaria, favorecida ya por una fortísima espiral del silencio, ese fenómeno social descrito por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, según el cual los indefinidos y dudosos terminan apuntándose al carro del ganador. Poco importaba que la mayor parte de las manufacturas catalanas tuvieran como destino el mercado español o que, según los medidores del share televisivo, la audiencia catalana en realidad seguía prefiriendo el entretenimiento de Antena 3 o Tele 5 al adoctrinamiento de Tv3.

Si comprendemos esto podremos hacernos una idea de lo que está ocurriendo allí ahora mismo, con una mayoría simple -o cerca de ella- decidida por la independencia y fuertemente apoyada por los grupos más movilizables de la sociedad catalana, frente a una minoría escasa españolista, y un amplio grupo, posiblemente el más numeroso, en cualquier caso decisivo, que se sitúa en tierra de nadie y al que si se le fuerza a elegir contesta con evasivas y altas dosis de indiferencia.

Ese espacio, que no se va a oponer frontalmente al independentismo y jamás se mostrará abiertamente pro-español, es el que con habilidad y una buena aguja de marear han aprovechado los llamados comunes y sus aliados podemitas, es decir, Ada Colau y Pablo Iglesias, para convertirse ahora en el espacio decisivo. Un espacio habitado también por numerosos abstencionistas y pasotas de toda laya.

¿Qué puede pasar? Entre el posible estado gaseoso y cómo se gestione a los indiferentes y dudosos existe un tercer escenario, muy en la tradición barcelonesa: la asonada callejera. Conociendo a las CUP no es descartable que el procés entre en esa fase, la ocupación de alguna plaza emblemática a lo Maidán, la vía ucraniana. Y de aquí al infinito y más allá€

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