Si como decía Nicolás de Cusa existe una docta ignorancia, debe también existir una inteligencia tonta o, al menos, para evitar antinomias, individuos que compaginan el hecho de ser tontos con el de ser inteligentes. Casi todos, pero vean si no al ministro Cristóbal Montoro. Hay que ser inteligente, incluso muy inteligente, para llegar a ministro, pero hay que ser tonto para hacerse ciertas preguntas. Estuvo aquí el otro día para tocarnos un poco las narices y aseguró que «los políticos valencianos sólo saben llorar», y añadió tontamente: «¿El día que se os quite el motivo por el que llorar, qué vais a hacer?». La pregunta o es tonta o es retórica o las dos cosas a la vez: el día que no haya motivos para llorar pues dejaremos de hacerlo. ¿O es que cree que somos tontos y de su misma condición?

En fin: yo no sé si reivindicar una financiación justa y denunciar una situación injusta; si manifestarse y ponerse al menos tras una pancarta, es llorar, pero la posición del PP de aquí, el de Isabel Bonig y quienes le precedieron, es gratuita e inconsistente: a los hechos me remito. Si no hacer nada o hacer lo que ellos hicieron durante años fuera mejor y más efectivo ya no tendríamos motivos para llorar y Montoro podría hacerse otra pregunta tonta o retórica: «¿De qué se ríen los pececitos valencianos?».

En Catalunya tenemos un problema político que tiene unos orígenes remotos y otros próximos. De los próximos, el responsable es el PP actual. Se jodió el Perú cuando recurrieron un Estatut ampliamente aprobado por el Parlament y el Congreso y aceptado en un referéndum por la gran mayoría de los catalanes: vamos, por todos menos por ellos. En la disposición, el PP de aquí sigue un camino semejante: recurre cualquier consolidación o avance en el tema de la lengua y remueve el caladero de la educación; se desmarca de las justas reivindicaciones de la sociedad valenciana por no enfrentarse a la mano que les mece la cuna, y añádanle los etcéteras que recuerden, desde el urbanismo a la memoria histórica. No sé cuándo, porque somos un pueblo muelle (going), que no parece buscársela ni encontrársela, pero acabarán originando el problema valenciano (que ya existe, pero le falta el nombre en voz alta) y exacerbándolo (a lo que se dedican con termítico empeño).

(Un botón de muestra: la lengua. Recurren el decreto del pluriligüismo afirmando, como Rousseau con la virtud, que no es el valenciano lo que atacan, sino el castellano y la libertad lo que defienden. Té collons la cosa! Le aplican a la lengua la alteridad absoluta, sin reciprocidad alguna: el valenciano es la otra, la de andar por casa, la que se puede elegir o ignorar en nombre de la libertad o de la gana, la de las emociones (amunt València i recollons), deseos (una figa com un cabàs), ocasiones (visca la mare que ens ha parit) y pequeño comercio de proximidad (que et pose, carinyet) La llengua és xica!).