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Cataluña enfría València

Tras el Debate de Política General esta semana en les Corts se pone de manifiesto que Cataluña y su conflicto influyen sobre las constantes vitales del clima político valenciano. El lío del independentismo actúa como una bomba fría que condiciona el contexto político español con derivadas en el bancal local. La paradoja radica en que el espectáculo indepe -que violenta las conciencias más democráticas- contrasta con el tono moderado del debate parlamentario valenciano, con pinta de «enterro blanet», como dicen en Alcoi.

Cambio de tono. Nuestros diputados se han manejado con modales menos ásperos de lo habitual, no exentos de las aristas habituales pero menos virulentas en esta ocasión. Ximo Puig -que haría ayer un mohín a Pedro Sánchez por no incluir a la valenciana entre las autonomías de primera- ofreció el discurso más institucional de la legislatura, hábilmente consciente de que el contexto no está para trifulcas. Puig sabe que se llega a President no tanto por la suma de votos sino por la resta de enemigos. Y eso que tenía una misión difícil en el panorama actual habida cuenta de que parte de su Administración comulga con la estelada catalana de forma tan respetable como indisimulada. Así que podría parecer que sus señorías, las nuestras, -incluido el tono más aterciopelado de Isabel Bonig- han moderado sus arrebatos porque para modales ucranianos ya están sus homólogos del Principat.

Buen rollo. La segunda derivada del lío catalán es que está mejorando el diálogo interior. Tal y como reconoce la fontanería de la Generalitat, Mariano Rajoy expone otro «talante» respecto al «problema valenciano». Si hemos de creer en la versión oficial de la reunión entre Puig y Rajoy en La Moncloa, se detecta un buenrollismo en Mariano que pretende sacar el foco que hay sobre la infrafinanciación valenciana. Cataluña enfría y adormece el problema financiero valenciano y muchos otros conflictos.

Relatos. El desafío catalán es una guerra de trincheras donde el arma principal es el relato. Las dos placas tectónicas que colisionarán -con menor trascendencia de la que auguran algunos cronistas- han reforzado sus argumentos blindando las respectivas narrativas. En el caso del soberanismo, más importante que presionar a los alcaldes del PSC, cesar altos cargos timoratos o consellers sin entusiasmo, la clave de bóveda de la construcción nacional radica en la historia contada.

Historia. Los catalanes son muy hábiles a la hora de colectivizar y visibilizar sus símbolos. Convierten una colla de castellers en el Circo del Sol, a sus Mossos en el Mosad y la fábula audiovisual actúa como banderín de enganche. Organizan bien sus manifestaciones y son muy solventes en la propaganda de marca blanca, más todavía si disponen del control del mando a distancia porque la TV3 es la garante del entusiasmo patrio y el vigilante de los apóstatas. Y si hace falta rebelarse ante el Tribunal Constitucional, se hace y se empaqueta bajo la batuta del periodista valenciano Vicent Sanchis.

El poder del mando. Miren si no es importante a quien se coloque en la sala de máquinas de la narrativa. Casi más crucial, si me apuran, que comprarse un Trapero -aunque sea el sueño de Enric Morera- es afinar en quien dirija la función catódica, y aquí el Consell cuenta con Empar Marco. La confección de su sanedrín televisivo ha soliviantado por su monocultivo ideológico pero, ¿qué se pensaban, que se rodearía de desleales y apócrifos?

Corrupción. La construcción del relato es clave porque la realidad es la que es pero hay muchas formas de contarla. El relato de la izquierda para conquistar el poder en la CV consistió en denunciar la corrupción. Lo hicieron con tal ahínco que se extendió más allá de Motilla que detrás de cada valenciano había un corrupto. El Consejo General del Poder Judicial acaba de congelar esa percepción, no exenta de matices claro está. En el ranking de autonomías corruptas, según el máximo órgano de los jueces, marcha destacada Cataluña, seguida de Andalucía y Madrid.

Símbolos. Sin embargo, la simbología de las urnas es incontestable. España aquí tiene un problema gordo. Ante una urna y una papeleta -material fungible e inofensivo- lo legal es mandar a la Guardia Civil y a los togados, pero bonito no es. Es de tal eficacia la narrativa de las urnas de Ikea que cualquier impedimento a ese espectáculo callejero en el 1-O está destinado a fracasar en el ámbito de la reputación. La cursilería de entregar un clavel a un guardia, las urnas de destrucción masiva y la papeleta de consumo individual son trucos de Twitter, pero funcionan. Las urnas no son zulos ni las papeletas, parabellums, por mucho que Otegi forme parte del reparto indepe que hace la tele catalana. Ni que fuera Gerry Adams.

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